Una nueva sátira sobre el traslado de la
Corte: El romance «Señora Valladolid»
Rosa Navarro
Durán
Universidad de Barcelona
Gracián, en su
Agudeza y arte de ingenio, al hablar
«de la perfección del estilo» formulará algunas ideas
que serán citadas siempre al definir el conceptismo: «Son las
voces, lo que las hojas en el árbol, y los conceptos el fruto»,
«Mas el nervio del estilo consiste en la intensa profundidad del
verbo», «Preñado ha de ser el verbo, no hinchado; que
signifique, no que resuene»470. Y subraya la necesidad de adecuar el
concepto al poema: el
decoro o la
decencia así lo exige, «porque
el [concepto] que es nacido para un epigrama, no es decente para un
sermón»471. Incluso inicia una enumeración de correspondencias entre
estrofa y conceptos, y dirá del romance: «El romance quiere
conceptos galantes más que profundos; figuras retóricas,
más de la palabra que de la sentencia; estilo florido y
bizarro»472. No distingue en él diversidad por el contenido como va a
hacer con el soneto: «El soneto corresponde al epigrama latino, y
así requiere variedad; si es heroico, pide concepto majestuoso; si es
crítico, picante; si es burlesco,
—328→
donoso...»473. El
romance no tiene antecedente clásico que lo dignifique y así
será visto como forma de expresión del estilo humilde. Sin
embargo, es indudable que también su contenido condiciona la lengua. Un
ejemplo claro lo tenemos en los romances satíricos, donde las plumas
mordaces de los geniales Góngora y Quevedo crean unos juegos
agudísimos. «En el ápice del ingenio aparece el recurso
verbal que podemos designar con los nombres de silepsis, dilogía o
disemia» dirá Lázaro Carreter474, y lo burlesco, lo satírico tiene su punto de apoyo en
esos juegos de palabras. Un riguroso estudio del romancero satírico nos
ofrecería numerosísimos ejemplos. Para enriquecer su acervo y
subrayar algunos juegos conceptuosos, voy a exhumar un curioso y largo romance
burlesco sobre el traslado de la corte a Valladolid. Se halla copiado entre los
folios 196-199v. del ms. 3.857 de la Biblioteca del C. S. I. C. de Madrid,
perteneciente al fondo Rodríguez Marín. El códice es un
volumen facticio copiado en Sevilla a principios del siglo XVII, aunque
algún cuadernillo puede haberlo sido un poco antes475. Sólo hay en
él otra composición transcrita por el mismo copista, es la
«Elegía de D. Fernando de Guzmán a la muerte de don
Agustín de Cetina, hijo del contador Agustín de
Cetina»476,
con fecha de 1601, muy cercana a la del romance, porque por la novedad con que
se refiere al período de Corte en Valladolid (1601-1606), es más
verosímil datarlo al comienzo de tal etapa.
El autor se dirige a la ciudad personificándola,
«Señora Valladolid», y desvela el tema en los vv. 41-2:
«Valladolid en Castilla, / ya de todo el mundo reyna». El v. 61 lo
sitúa en la época
—329→
histórica: «ya que
al terçero Philippo [hospeda]», y los vv. 93-5 parecen aludir a lo
reciente del hecho, reincidente también, «ya que todos quantos
digo / nuebamente los ospeda / para pena de Madrid». «Señora
Corte» le llama en el v. 125. Y al final resumirá su
propósito el autor: «Perdone si en modo humilde / traté de
sus excelencias» (vv. 177-8), «excelencias» que le llevan a
crear la curiosa sátira cortesana que transcribo a
continuación477:
La habilidad versificadora del autor le permite no basarse
constantemente en la unidad de la cuarteta (aunque ésta se mantenga)
para expresar las ideas; a veces se encadenan a lo largo de muchos más
versos, como la larga enumeración que va de los vv. 61 al 92, o incluso
ensaya algún brusco encabalgamiento como el de los 150-2: «y
assí como el Nilo
riega / a Egipto, riegue sus bocas / de su
multitud sedienta».
Los juegos de palabras son continuos, y frecuentes los
términos cultos, «délficos talares»,
«epicúrea» junto a los truhanescos («mohatrero»,
«garito», «lenon», etc.). La riqueza de lo apuntado a
través de lo dicho es tal que el lenguaje se hace difícil de
descifrar. Es innegable la maestría y la pluma mordaz e ingeniosa del
autor.
El apóstrofe a Valladolid, hecha
«señora» en su personificación, nos es familiar
gracias, entre otros, a los geniales Góngora y
—335→
Quevedo.
Desde los sonetos gongorinos «¿Vos sois Valladolid?, ¿Vos
sois el valle?» y «Valladolid, de lágrimas sois
valle»482, ambos de 1603, a «No fuera tanto tu
mal, / Valladolid opulenta», el romance de Quevedo483. Pero sus ríos, Pisuerga y Esgueva, son blanco de los
versos del genial cordobés: «¿Qué lleva el
señor Esgueva?», la famosa letrilla, se une a los sonetos
«Jura Pisuerga a fe de caballero» y «¡Oh qué
malquisto con Esgueva quedo»484, los tres poemas de 1603 también.
El recuerdo del pasado de Valladolid «el tienpo que fue
villana» es el tema de los 24 primeros versos, y aprovecha el autor para
mencionar lo turbio del Pisuerga y la suciedad de Esgueva en una de las cinco
cuartetas precedidas por «cuando» que componen el rememorar sus
humildes orígenes:
Cuando fue su turbio amante
el viejo aguador Pisuerga
y Esgueba, sucia de vasos,
fregona de su limpieza...
(vv. 9-12)
Góngora, que hace llevar a Esgueva parecida carga:
«las cosas que por la vía / de la cámara han salido»,
y así de él se avergüenza Pisuerga485 o de
él se apartan los álamos: «porque el sucio Esgueva es tal /
que ni aun los álamos quieren / dalle sus pies a besar»486, también menciona el pasado
villano de Valladolid: «y cortesano sucio os hallo agora, / siendo
villano un tiempo de buen talle»487. El poeta
cordobés apostrofa al Tajo de forma parecida en «A vos digo,
señor Tajo», y el «si a su merçed se le
acuerda» con que comienza la evocación del pasado villano de
—336→
Valladolid tiene su equivalente en el v. 29 del romance
gongorino: «acordaos de todo aquesto» y ello ha sido, por ejemplo,
«Vos, que en las sierras de Cuenca / (mirad qué humildes
principios) / nacéis de una fuentecilla / adonde se orina un
risco» (vv. 21-4). El origen es aquí espacial, mientras a
Valladolid se le mientan sus principios en el tiempo, igualmente humildes:
«del tiempo que fue villana, / de don Pero Ançures
dueña» (vv. 3-4). Como al conde Pero Ansúrez se le
atribuía la fundación de Valladolid, Quevedo también lo
menciona en el romance «Alabanzas irónicas a Valladolid,
mudándose la Corte de ella»: «Todo pudiera sufrirse, / como
no se le subieran / al buen
Conde Peranzules / a la barba larga y
espesa»488. Como evocación de ese tiempo pasado, el
poeta menciona a doña Urraca y doña Ximena, rivales en algunos
romances por el amor del Cid:
Cuando con crenchas partidas
venían a ber sus fiestas
de Zamora doña Urraca,
de Burgos doña Ximena.
(vv. 21-4)
Con igual finalidad se las nombra, de modo más arbitrario
todavía, ya que no se pretende aludir en él a una época
histórica, en el romance «Voto a Dios, señor
Cupido»:
«Cuando la llamaron rica» (v. 5) sigue evocando el
texto, y efectivamente es el adjetivo que se le aplica a la ciudad, así
en «Llegado es el rey don Sancho»490, éste le promete a D.ª Urraca «a Villalpando y
su tierra, / o Valladolid la rica», y Quevedo comienza un romance
burlesco: «De Valladolid la rica»491, pero se burla al añadir «de arrepentidos de
verla».
—337→
El tema del romance es la contraposición entre Valladolid,
cortesana y rica, y Madrid, pobre y abandonada. Tres romances de la
Segunda parte del Romancero General de Miguel
de Madrigal hablan del mismo hecho: «Vuestra patria y vuestra
corte» (f. 22v. y r.)492, donde Madrid le pide al monarca que no se
marche, y los siguientes, enlazados entre sí: «Madrid y
Valladolid» y «Señora doña Madrid», que
comienza como el que comentamos, aunque dirigido a la ciudad rival (fols.
22v.-23r.)493, ambos de Alonso de Ledesma ya que aparecen recogidos, con
variantes, en su
Romancero y monstro imaginado (Madrid, 1615),
fols. 37r.-40r., como señala Miguel D’Ors en
Vida y poesía de Alonso de
Ledesma494.
Wilson en «Samuel Pepys’s Spanish Chap-books, part
I»495 describe un
pliego suelto (n.º 6/142) que tiene el romance «Señora
Doña Madrid»:
Relación verdadera que da cuenta de un
grandioso milagro que obró la Virgen del Rosario [...] Lleva al fin tres
romances muy curiosos [...] El segundo, la respuesta de Valladolid a
Madrid (Sevilla, por Juan Vejarano, 1682). Y señala Wilson su
presencia como 2.º poema en un pliego suelto (British Museum 11450, e. 25)
impreso en Barcelona, en casa Sebastián de Cormellas, 1601 y que
comienza con el anterior:
Competencia entre las dos villas, Madrid y
Valladolid, sobre la yda de su Magestad a Valladolid. Madrid ridiculiza a
Valladolid en el primer poema y sólo la intercesión de Segovia
frena la lengua de su contraria, en cuya boca está puesto el siguiente,
su réplica.
El retrato de ambas apunta a esa riqueza y miseria que es la base
común de la sátira:
Madrid vino como viuda [...]
Es un pedernal su pecho,
mas sacan miserias tales,
como vara de Moysén
agua de sus pedernales.
—338→
En trage de ciudadana
por el otro lado sale
la rica Valladolid,
tan señora como graue.
Era una villana hermosa...
(vv. 5, 9-17).
Y de nuevo encontramos la alusión a su origen
«villano». Madrid le echa en cara, además de su clima -que
será tema a comentar en nuestro romance- la carencia de lugares y
bosques para hospedar a los monarcas: «¿Dónde le piensa
hospedar, / y lleuarle donde cace, / si no le presta Segouia / sus bosques y
Casas Reales?» (vv. 45-8). Pero Valladolid, además de rebatir sus
acusaciones, le recuerda sus orígenes labradores y vemos así la
réplica al cartel de «villana» que siempre le cuelgan a esta
ciudad:
Pues que ya se va a acostar,
desnude bordadas ropas,
y vista sayal mañana,
pues que nació
labradora.
Tome zurrón y cayado,
que a la larga o a la corta,
buelue el agua a su carril,
y la villana a su choça.
(vv. 41-48)
Góngora, que también utiliza la oposición
villana/cortesana, señala la suciedad que el cambio comportaba:
«Pisado he vuestros muros calle a calle, / donde el engaño con la
corte mora, / y cortesano sucio os hallo ahora, / siendo villano un tiempo de
buen talle» (vv. 5-8 de «Valladolid, de lágrimas sois
valle»).
Valladolid consigue la corte y la riqueza a costa de Madrid, y
así la reflexión sobre la veleidosa fortuna, que, para subir a
unos, a otros baja, cierra esa primera parte mencionada del pasado
«villano» de la ciudad. La imagen de la noria que hace
plástica tal realidad:
Como noria dando bueltas,
tal vez los llenos derrama
y tal los vaçíos llena.
(vv. 33-6)
—339→
la encontramos también en la «Desengañada
exclamación a la Fortuna» de Quevedo496:
Bestia de noria, que, ciega,
con los arcaduces andas,
y en vaciándolos, los llenas
y en llenándolos, los vacias.
(vv. 5-8)
El poeta señala su cambio de tema: «muy
geroglífico estoy, / ora bien mudemos tema...» (vv. 37-8) y
comienza la enumeración de los huéspedes de Valladolid, o de su
corte. Le pide audiencia para que le escuche «pues no me da posada»
(v. 47) y sus palabras le curen en salud (vv. 57-60). Para ello se presenta
como «hombre de pluma / aunque sin alas que puedan / leuantarme de mi
estado» (vv. 49-51) y juega con la dilogía que la polisemia de la
palabra «pluma» permite497, como antes ha unido el calambur a la
antítesis («cortesana / corte enferma») (vv. 43-44)498. Sigue definiéndose:
«Soy un medio censurante / entre Zoylo y poeta». Utiliza una frase
hecha para ironizar sobre su limitado éxito: «más escrito
que leýdo, / como el son de Juan de Mena» (vv. 55-6), aunque el
cliché más corriente sea el que Góngora utiliza en
«A vos digo, señor Tajo»: «en España más
sonado / que nariz con romadizo, / famoso entre los poetas, /
tan leído como escrito»499, con ambos conceptos a la par, como en el romance
—340→
de la
Segunda parte del Romancero General
«Escuchadme, Ninfas bellas, / damas de Valladolid, /
más escritas y leídas / que el
encantado Merlín»500.
La enumeración de personajes se cierra con el
dístico que la justifica: «que de los reyes las cortes / se visten
de varias
mezclas» y esta palabra presenta el
equívoco de su doble significado, el que encaja con el verbo
«vestirse», «contextura de diversas colores en los
vestidos»
(Dicc. Auts.) y el que alude a la
unión de todos los seres que ha mencionado. Entre ellos hospeda,
«al mirabel bagamundo, / de copete y sienes crespas, / garabato de vil
gom», ejemplo de la dificultad de la lengua utilizada; así,
según el
Dicc. de Auts., «mirabel» es
«una flor de muchas hojas, de color amarillo u dorado, que aunque es
hermosa a la vista, no tiene olor». A este personaje le hubiese afectado
la prohibición del 13 de abril de 1639 que «ningún hombre
pueda traer copete o jaulilla, ni guedejas con crespo u otro rizo en el
cabello, el cual no pueda pasar de la oreja». Y además es
«garabato» o ladrón, «mi aire lleva las capas; / las
bolsas, mi garabato» dice Quevedo501;
«de Caco llabe maestra» (v. 76), y Quevedo de nuevo utiliza el
término «Discreteando a lo feo, / y desnudando a lo
Caco»502. Otros
personajes serán vistos también de forma quevedesca, así
las «sirenas engañosas, / carne, pescado y donçellas»
(vv. 79-80) recuerdan unos versos de las «Advertencias de una
dueña a un galán pobre»503: «una de
aquestas que enviudan / y en un animal se vuelven, / que
ni es carne ni pescado, / dueña, en
buena hora se miente» (vv. 9-12).
«A la cassante truchuela» (v. 84), es decir, bacalao,
pez que simboliza la Cuaresma, la no «carnalidad», la asociamos con
las mujeres abadejos de Quevedo, así en el baile de «Los
Nadadores», entre un desfile de diversos pescados, nadadores «en el
mar de la Corte», encontramos las «tapadas de medio ojo / cada
punto
—341→
se hallan, /
abadejos mujeres, / arremendando
caras»504, o entre las que se bañan en el Manzanares:
«No todas nadan en carnes / las señoras que publico: / que en
pescados abadejos / han nadado más de cinco»505.
Tras el desfile se inicia la visión de la abandonada Madrid
en penitencia por sus excesos.
Y si Góngora llama «Babilonia» a
Valladolid506 en
«Llegué a Valladolid; registré luego», Quevedo
llamará a Madrid «Jerusalén asolada, / Troya por el suelo
puesta, / Babilonia destrüida» (vv. 97-99 del romance burlesco
«De Valladolid la rica»)507. Y a su miseria tras el traslado de la corte la dedica la
letrilla burlesca «Después que me vi en Madrid, / yo os
diré lo que vi»508, donde entre otras visiones de su abandono dirá:
«vi muchas puer tas cerradas / y un pueblo echado por puertas» (vv.
34-5). Nuestro poeta mantiene la personificación y la pinta como era:
«era glotona epicúrea» (v. 101) [...]
«recogíase muy tarde» (v. 105) y cómo su conducta ha
cambiado. Sus regidores «oy en la cabeza / le ponen zeniça y
dicen: / «Reconoçe que eres muestra» (vv. 114-6) y recuerdan
estos versos a los que terminan el romance de Quevedo «No al son de la
dulce lira»509: «Recibid bien la ceniza / que en vuestras frentes os
pongo, / y acordaos de que sois tierra / y que os volveréis en
lodo» (vv. 73-76), aunque el desengaño sea general en él a
partir de una sátira a una dama. También acabará con una
visión de ruina de Madrid el citado «De Valladolid la rica»,
de donde puede sacarse «aviso»; antes lo hemos visto como
«muestra» o señal, indicio:
Eres lástima del mundo,
desengaño de grandezas,
cadáver sin alma, frío,
sombra fugitiva y negra,
aviso de presunciones...
(vv. 101-105)
—342→
En nuestro romance recibe consuelo «con ruinas» de
«Troya, Cartago y Sagunto» (v. 117), los ejemplos siempre aludidos,
de esplendor en ruinas. En el romance antes citado «Vuestra patria y
vuestra corte»510, en boca de Madrid, menciona a los regidores, pero sólo
como artífices de su esplendor: «Mis antiguos Regidores /
comenzaron a hacer / admirables adificios / que sin vos han de caer» (vv.
33-6), y más adelante se identifica también con Troya: «y
dirán: -«Aquí fue Troya, / adonde Madrid fue ayer»
(vv. 63-4).
Sigue una cuarteta con apóstrofes al tiempo y a la fortuna
con cuatro interrogaciones retóricas que rompen dos versos en dos
hemistiquios tetrasílabos: «¿qué no bencen?
¿qué no acaban? / ¿qué no pasan?,
¿qué no truecan? (vv. 123-4), muy expresivos y que inciden de
nuevo en el tema desarrollado en los vv. 28-36. También sirven de cierre
de este subtema analizado y el autor reemprende el diálogo con
Valladolid y su deseo de que le dure su estado, cosa que no
sucedería:
Digo, al fin, señora Corte
que porque a los suyos tenga
en tan amigo ospedaje
que dure edades inmensas...
(vv. 125-8)
A partir del v. 129 comienza una serie de deseos y consejos que
dirige a la ciudad con los consabidos juegos conceptuosos. Se le podría
aplicar lo que dice el autor del romance «Ya yo he dado en
gentilhombre» de la
Segunda parte del Romancero General
después de unos de ellos: «He dado en ser jugador, / y estoy tan
pobre y tan ruyn, / que hasta los vocablos juego, / como lo auréys visto
aquí»511.
Le desea felicidad y para ello opone al conde Claros de
Montalván (personaje de romances cuya historia tiene un final feliz tal
como aparece en «Media noche era por filo») a Hero y Leandro, con
su destino trágico. Y si éstos dieron materia a Góngora
—343→
y Quevedo para sus sátiras (desde la famosa
«Arrojóse el mancebito» a «Señor don
Leandro»), abundan asimismo las alusiones al primero por el fácil
juego de voces que proporciona su nombre. Dice Quevedo: «Mas como los
condes / la claridad gozan / desde el Conde Claros, / todo será
sombras» en su romance «Erase una cena»512. Y el autor del romance aprovechará tal
facilidad y opone, junto a los personajes, «el cielo alegre» a
«las nubes»:
Cante siempre el conde Claros
el çielo alegre en su tierra
y no de Leandro y Ero
las nubes y las endechas.
(vv. 129-132)
Y no abandonará la alusión al tiempo de la ciudad.
Telas le permitirán seguir el juego de voces y del mismo modo que
Quevedo juega con el «raso», por ser poco frecuente en Valladolid
el tiempo sereno, él lo hace con «tornasol»,
«chamelotes de
agua» junto a ese mismo vocablo.
Quevedo en «Diéronme ayer la minuta» dice: «Fue yerro
pedirme raso / en Valladolid la bella, / donde aun el cielo no alcanza / un
vestido de esa seda» (vv. 37-40) entre otros equívocos
(«tela», «brincos», «martas», etc.), y los
vv. 133-136 de «Señora Valladolid»:
De tornasol y de
rasso
galas haga, que libreas
y sus
chamelotes de agua
para la Mancha los venda.
El vocativo «Sereníssima señora», con
que se dirige a la ciudad, cobra nuevo sentido en ese contexto, y el tiempo
sereno evocado inicia otras asociaciones climáticas que abarcarán
dos nuevas cuartetas. Si no tiene que permitir que la llamen «Serrana de
escarcha nieblas / ni que viba en Polvorança» (vv. 140-1), tenemos
el doble sentido nobiliario-meteorológico. El Sr. de Polvoranca era el
famoso amigo de Góngora don Antonio Chacón, y el undécimo
conde de Niebla era Manuel Alonso Pérez de Guzmán, también
duque de Medina Sidonia. Casó con Juana de Sandoval
—344→
y de
la Cerda, hija del duque de Lerma, valido de Felipe III, de quien partió
la idea del traslado de la corte a Valladolid. Aunque la alusión directa
es posible, creo que el propósito es sólo el juego de voces,
así lo hace Góngora en el terceto final del soneto
«Valladolid, de lágrimas sois valle»513: «No encuentra al de Buendía en todo el año;
/ al de Chinchón sí ahora, y el invierno / al de Niebla, al de
Nieva, al de Lodosa».
Antonio Vilanova, al comentar el v. 5 del
Polifemo gongorino, «ahora que de luz
tu Niebla doras», dice:
...Con anterioridad a Góngora, los juegos de palabras en
torno a la anfibología de la palabra
Niebla, en su doble acepción de
Niebla «conde de» y
niebla «fenómeno natural»,
eran muy frecuentes en la poesía española de la época,
debido a la ilustre estirpe de los Guzmán, a la que el título
estaba vinculado, y al generoso esplendor de la casa de Medinasidonia. Parece,
sin embargo, que el verdadero creador de este juego de palabras fue nada menos
que Lope de Vega, en su poema en octavas
Fiesta de Denia (1599)...514.
Todavía se podría profundizar más en la
doblez significativa de los vocablos porque «escarchar» significa
también «rizar o encrespar» y de niebla dice el
Dicc. de Auts.:
«metaphóricamente vale la confusión y obscuridad que no
dexa percebir o hacer juicio de las cosas». Puesto que estamos en la
corte, sería apropiado también el significado metafórico,
aunque basta la inicial dilogía.
Por tanto, el juego evidente es con el valor real del
término «niebla», por lo que Valladolid se caracteriza. En
el romance citado «Madrid y Valladolid», Madrid se lo echa en
cara:
¿Es por dicha más hermosa
una muger de mal talle,
con mil
nubes en los ojos,
y con mil
nieblas delante?
(vv. 29-32)
y ella le replica en el siguiente «Señora doña
Madrid» de esta manera:
—345→
Mis
nieblas y corrimientos
los he tenido hasta agora,
por estar el sol tan lexos,
que el inuierno engendra sombras
(vv. 13-16)
Lo mismo ocurre con «Polvorança», cuya
raíz «polvo» adquiere sentido con los vv. siguientes:
«ni que viba en Polvorança / los meses de ardientes siestas / y
los demás, salpicada, / por los lodos se pasea» (vv. 141-144). La
sequedad de Valladolid queda destacada en el citado «Madrid y
Valladolid»: «Las márgenes de sus ríos / son dos
secos arenales, / sin flores que le coronen, / sin árboles que le
guarden» (vv. 53-56). Y el «lodo» (que tiene la
ambigüedad de su sentido real y ético y con él el vocablo
«salpicada») es elemento propio de las calles vallisoletanas, como
dice Quevedo:
El término va unido al anterior
«Polvorança» por el refrán que dice «de
aquellos polvos vienen estos lodos». Góngora en la
definición de la Corte enumera a los «lodos con perejil y
yerbabuena» que la caracterizan516.
Su no pertenencia a Castilla la Vieja le permite al autor jugar
con el término «artificio»: «y viejas sin artificio /
poco tiempo se sustentan» (vv. 147-8), en que se refiere a
«Castilla» o castillo como «obra executada según arte
y sus reglas, o con novedad, primor y sutileza» y al
«artificio» o «fingimiento y maña» necesario
para disimular la vejez. Los vv. 25-28 del citado «Señora
doña Madrid» aluden a la oposición de las dos ciudades por
pertenecer ésta a Castilla la Vieja:
Quando allá fue claro día,
acá noche tenebrosa,
por ser Castilla la vieja
los Antipodas de essotra.
—346→
Egipto le va a proporcionar al autor material para sus
«conceptos». Primero con un símil que parte del caudal del
Nilo, siempre término hiperbólico de la mucha agua. Tiene que,
como él, regar, pero las «bocas de su multitud sedienta», no
de agua, sino de riquezas o cargos -se supone-. En segundo lugar la plaga de
mosquitos sufrida por el faraón (Éxodo 8,
12-15) le lleva a otro oscuro juego de referencias:
No permita que mosquitos
su faz beneranda ofendan,
que no es ella faraona
para que plagas padezca.
(vv. 157-160)
Y podría referirse con «mosquitos» a «los
que acuden frecuentemente a la taberna»
(Dicc. Auts.). Quevedo, que alude
muchísimas veces a esos mosquitos del vino, juega con la misma idea en
los vv. 48-50 de «Chitona ha sido mi lengua»517: «y el aguado melindroso / le llama plaga de Egipto, / por
los mosquitos del sorbo».
El último consejo que le da a Valladolid es contra los
«murmuradores» que no han conseguido sus pretensiones. Termina con
el anuncio de haber conseguido «posada çierta», la que en el
v. 47 decía no obtener («y pues no me da posada»).
Precisamente cuando mencionaba la falta de favores como motivo de las
críticas, «que muchos murmuran de ella / tal porque no le a
llamado / y tal porque le desecha» (vv. 162-4), él acaba la suya
al recibir «posada».
Las dos últimas cuartetas son de cierre retórico,
las consabidas excusas de falsa modestia, pero enriquecidas por la
ironía que la realidad tan contraria del poema le da:
Perdone si en modo umilde
traté de sus exçelençias,
que poco peca la pluma
quando la yntençion açierta.
(vv. 177-180)
—347→
Los buenos deseos se unen a la calificación cierta del
romance como «largo» y a la puntilla de su ataque: «[...] a
tan dévil prinçipio / feliz fortuna suceda» (vv. 183-4),
que parece aludir claramente a esos primeros tiempos de Valladolid como
cortesana, no muy afortunada, según la sátira.
El poema, pues, se encuentra dentro de las sátiras escritas
durante el traslado de la corte a Valladolid. Muy superior a las dos citadas de
la
Segunda parte del Romancero General, algunos
de sus versos se acercan a las geniales dilogías quevedescas y
gongorinas.
Ya vimos que Gracián caracterizaba al romance por
«figuras retóricas, más de la palabra que de la
sentencia» y había dicho de la «agudeza verbal»
«que consiste más en la palabra; de tal modo que, si
aquélla se quita, no queda alma, ni se pueden éstas traducir en
otra lengua; deste género son los equívocos»518. Este romance burlesco de comienzos de 1600
-época del trascendental cambio artístico que fue el Barroco- nos
ofrece una prueba más de cómo la forma estrófica, unida al
contenido, condiciona el tipo de agudeza.