—25→
Dept. of Romance Languages and Literatures
University of North Carolina at Chapel Hill
Chapel Hill, NC 27599-3170
marcol@email.unc.edu
—25→
Al final de «Las dos doncellas» el narrador
cervantino procura reintegrar la cuestión de
verosimilitud al cuento anunciando que ha
suprimido los apellidos de las protagonistas
«por guardar el decoro a las dos doncellas»
.
Asimismo les ruega a los lectores que no juzguen
las acciones de estas damas y sobre todo
«que no se arrojen a vituperar semejantes libertades
hasta que miren en sí si alguna vez han sido tocados de estas
que llaman flechas de Cupido, que en efecto es una fuerza, si así
se puede llamar, incontrastable, que hace el apetito a la razón»
9.
Si la cantidad de coincidencias y peripecias en la narrativa tiende
a minar cualquier aproximación entre el relato y la realidad
histórica del momento, una asociación sugerida con voz irónica
o no, la apelación a la universalidad de la experiencia humana del
amor retratada en el cuento con recuerdos estratégicos de la fuerza
de la emoción, con su gama de tonalidades y cualidades «entre el
apetito y la razón», establece un lazo íntimo y profundo entre el
—26→
lector y la novela que trasciende los límites de verosimilitud e
historicidad. Como Cervantes sabía muy bien, el ser humano es
una mezcla de impulsos animales -el apetito- y actividad intelectual
y espiritual -la razón. En gran parte, la ejemplaridad de «Las
dos doncellas» se revela al dramatizar el uso de la lengua como
instrumento de mediación que restablece la razón como contrapeso
a la fuerza del apetito y como elemento íntegro en el equilibrio
delicado del amor humano. El autor especialmente pone de
relieve el discurso confesional como modelo del empleo ejemplar
del lenguaje como vehículo de reconciliación, paz, harmonía y
amor dentro de la comunidad humana y entre el ser humano y
Dios10.
Después de pasar por varias aventuras y conseguir unos triunfos sobre la adversidad, Teodosia y Leocadia, las dos doncellas del título, finalmente gozan de paz y prosperidad en su región natal de Andalucía, como dos damas casadas honradamente, dejando un legado de descendientes ilustres. Desafortunadamente, la novela ejemplar «Las dos doncellas», una joya cervantina elaborada con gran maestría, ha dejado un legado crítico bastante negativo. Hay cervantistas que alaban algún aspecto de la composición de la narrativa, pero la mayoría persiste en mirar la novela con menosprecio, considerándola una bagatela de poco o ningún valor, escrita con rapidez por un Cervantes cansado simplemente para redondear su colección con una docena perfecta de cuentos11.
—27→Además, «Las dos doncellas» se presta a interpretaciones que enfatizan la forma estructural del relato sobre su contenido. Por ejemplo, algunas escenas invitan comparaciones con episodios de otras obras cervantinas. La dama disfrazada de caballero que abandona el hogar en busca de la honra perdida se parece a la historia de Dorotea y Fernando en la primera parte de Don Quijote (1605), mientras que la descripción de Barcelona y la confrontación armada entre dos pueblos vecinos sobre un asunto de honra anticipa aventuras en la segunda parte (1615). Y el peregrinaje que forma el clímax de la narrativa funciona como ensayo en miniatura de la gran romería triunfal a Roma con la cual concluye Persiles y Sigismunda (1617). El hecho de que Cervantes anclea esta narrativa con datos conocidos por el lector, como lugares existentes, o famosos, y figuras históricas, explica la perspectiva crítica que ve en «Las dos doncellas» una obra de ficción realista con agenda sociopolítica12.
—28→Abundan también los elementos de las populares comedias de capa y espada, unos paralelismos tan reconocibles por el público lector como el enfoque en asuntos de amor y honra, los personajes disfrazados y las escenas de combate, especialmente los duelos en que figuran la esgrima13. La comedia de capa y espada como la novela bizantina suele manipular el suspenso generado por el dinamismo de la trama para mantener el interés del espectador / lector. Sin embargo, como apunta Joaquín Casalduero, aquí Cervantes le extiende al público cuatro narraciones enlazadas en una narrativa, lo cual fragmenta el avance dramático del relato, atenúa la tensión de la trama y crea la impresión general de estatismo con peripecias contenidas por las divisiones principales del texto (205-06).
En realidad, la estructura de «Las dos doncellas» se despliega como una fuga, una composición musical contrapuntística en que dos voces o más cantan o articulan el tema, y luego una tras otra cantan alternándose. Mientras la siguiente voz canta el tema, otra voz canta el contratema para terminar la pieza a veces con todas las voces cantando al unísono14. Las voces de esta fuga cervantina —29→ son las de los cuatro personajes principales que individual y colectivamente navegan una aventura de auto-descubrimiento con la cual el narrador activo les anima a los lectores a identificarse. No se limita esta aventura al reconocimiento de la vulnerabilidad humana a las pasiones transitorias y la necesidad de equilibrar los instintos con el aspecto racional y espiritual de la naturaleza humana. Sobre el curso de la novela, Teodosia, Leocadia, Marco Antonio y Rafael pasan por un proceso de reconciliación a varios niveles. En algún momento del cuento, cada personaje sufre de una alma destemplada o enferma en que el instinto lucha contra la razón por control de la voluntad y las acciones del individuo, y el apetito temporalmente parece dominar en este combate psicológico. Sin embargo, la reconciliación conlleva la resolución pacífica y curativa al conflicto interior, y restaura el equilibrio al alma mientras la razón recupera el dominio sobre el apetito. Luego este proceso reconcilia a los personajes con su Creador, les otorga la gracia de Dios, y se les reintegra a la grey de los fieles. Como siempre en las obras de Cervantes, la comunidad espiritual y la social, las virtudes morales y las cívicas, son casi inseparables. En términos anacrónicos, los personajes parecen estar hasta cierto punto alejados o enajenados de Dios y de la sociedad humana al comienzo del relato, pero uno tras otro se encuentran, comparten sus pensamientos más íntimos, y se unen para formar una nueva comunidad que eleva y amplía la comunidad que creen abandonada para siempre. La nueva comunidad se basa en el deseo (el apetito) transformado y templado por la caridad, el discurso racional y la confirmación de fe.
El diálogo y la descripción dominan y motivan la trama en «Las dos doncellas», lo cual añade un aspecto estilístico innovador que complementa la experimentación de Cervantes en hacer más —30→ profundo y subjetivo el tema de la identidad15. En el caso del diálogo, que contribuye tanto a la impresión de teatralidad con respecto al texto, el discurso confesional tiene un papel privilegiado en la narrativa como el agente de mediación que permite al final la resolución ejemplar de todos los conflictos temporales y espirituales. Además, forma la línea melódica por la cual cantan las cuatro voces principales variaciones del mismo tema del amor y la honra que les permite restituirse y realizarse en la comunidad cristiana social. Los personajes cantan o se confiesan alternándose, cada uno tiene la oportunidad de hacer de confesante y confesor en esta fuga cervantina.
La capacidad transformacional del sacramento de confesión ha inspirado mucho interés crítico recientemente, sobre todo por la influencia de Michel Foucault, quien en The History of Sexuality declara la importancia central de la confesión en el orden del poder civil y religioso en el Occidente (58). Sin lugar a dudas, la confesión ha tenido un impacto profundo en la evolución del sistema legal y del modelo psicoanalítico freudiano, pero Foucault adopta una postura sospechosa ante este impacto, presentándolo casi exclusivamente como un despliegue coercitivo y represivo de poder institucional:
(61-62) |
Mientras Foucault enfatiza el aspecto ilusorio de la liberación y la redención prometidas, especialmente con respecto a la sexualidad, Peter Brooks, en su comparación entre la confesión y el psicoanálisis, observa que ambos procesos manifiestan el potencial de curar y restaurar al individuo por momentos epifánicos que le llevan a un nivel más alto de autoconocimiento (89-90).
En «Las dos doncellas», Cervantes les muestra a los lectores
una serie de estos momentos epifánicos en que el personaje se
descarga el peso espiritual que le queda encima del corazón en
busca del consuelo restaurativo de la absolución, la reconciliación
y la reintegración a la comunidad cristiana española, una especie
de utopía, al final de la narrativa. Matthew Senior ha notado el
lazo fuerte que existe entre el discurso confesional y el ideal utópico:
«The perspective of redemption appears, of a second chance,
of a verbal repetition and working through of transgression. On
the collective level, we see the utopian ideal of a society of permanent
truth, where the transparency of consciences allows the
group to function with one mind»
(34). El lector de «Las dos
doncellas» entra en una comunidad de fe en que no se defrauda
la promesa de liberación y reconciliación ofrecida imaginativamente
por el rito discursivo de la confesión. Al hacer el papel de confesor-interlocutor, los personajes no parecen representar ninguna
institución abusiva ni represiva, sino que parecen actuar como
agentes del poder divino, de un Dios que es tan clemente y amoroso
como misterioso en su manera de intervenir en los asuntos
humanos. La coda unitiva con que termina la fuga novelesca
ilustra «la transparencia de conciencia», que José Antonio Maravall
—32→
identifica con la España de aquella época16.
La primera voz melódica que emerge en la novela le pertenece
a Teodosia, la heroína que desempeña el papel de confesante
en la viñeta que inicia la acción de la obra dramática. Desde el
principio, Cervantes se esfuerza para picar la curiosidad a los
lectores acerca del joven hermoso que llega al mesón de Castilblanco,
un «castillo blanco» que le ofrecerá a la doncella disfrazada
de hombre un refugio espiritual, fuente de consuelo y baluarte
contra su propio sufrimiento. Los detalles contados por el narrador
generan un ambiente de misterio alrededor del bello viajero.
El misterio se aumenta con la llegada del segundo caballero
hermoso, cuya entrada incita a la huéspeda a exclamar: «¡Válame
Dios, y qué es esto! ¿Vienen, por ventura, esta noche a posar ángeles
a mi casa?»
(124). Cuando se considera el comentario en el
contexto de lo que ocurre después en la narrativa, se nota la ironía
dramática de la exclamación porque en realidad huéspedes celestiales
visitan el mesón esa noche, pero en forma divina e invisible.
Como un dramaturgo que elimina la distancia física y psicológica
entre el espectador y el escenario por la construcción de un
enigma que exige desciframiento, Cervantes ha hecho a su público
lector entrar en el espacio ficticio de «Las dos doncellas». El autor
fortalece el compromiso psicológico por parte del lector al inscribir
su curiosidad en el texto en las reacciones del mesonero, su
esposa
—33→
y los otros visitantes al misterio dramatizado. Así los
miembros del público lector se ven reflejados en la novela, y reciben
señales por el espejo imaginativo de la obra de cómo deben
responder a la acción dramática.
De todas las confesiones montadas en la novela, la de Teodosia
se conforma más al Sacramento de Penitencia esbozado en la
sesión catorce del Concilio de Trento de 1551. Aunque el cuarto
Concilio Laterano de 1215 había declarado obligatoria la confesión
particular, en realidad, cerca del comienzo de la Reforma la
práctica de confesarse languidecía, y nunca se había establecido
en España ni en otras partes de Europa como costumbre practicada
con frecuencia. El renacimiento de espiritualidad agustiniana
en el siglo XV dio ímpetu al renovado enfoque en la confesión,
una práctica que el santo, estimado tanto por los protestantes
como los católicos, consideraba casi sinónima con la experiencia
cristiana, por el hecho de que abría el alma a Dios y permitía
ocurrir epifanías inspiradas divinamente17. Henry Kamen observa
que «possibly more than any other sacrament of the Church, confession
during the Counter-Reformation was revolutionised in its
nature, style and context»
(123). Entre las renovaciones más
destacadas se puede incluir la proscripción de confesores itinerarios,
la composición y la distribución de nuevos manuales confesionales
para regularizar el sacramento, el exigir el uso del confesionario
para garantizar al penitente cierta anonimia y cultivar su
espiritualidad personal y la afirmación del papel principal del confesor
como investigador y juez eclesiástico en la formación espiritual
del individuo (Kamen 124-26; Wright 52, 54, 57).
Hasta cierto punto «Las dos doncellas» hace alarde de las reformas
confesionales tridentinas, sobre todo del poder liberador
del discurso confesional y su potencial para salvar el alma de la
enfermedad espiritual del pecado. Los artículos sobre la penitencia
de 1551 mandaron la confesión auricular como un requisito
—34→
para la remisión del pecado y la salvación, y rechazaron la confesión
interior directa a Dios, la práctica favorecida por los protestantes,
quienes no reconocieron a ninguna forma de penitencia
particular como suficiente para recibir el perdón ni la salvación
(García-Villoslada 443). Cervantes inventa el escenario perfecto
para la confesión auricular en el mesón al comienzo del cuento.
El narrador les informa a los lectores: «Eran las noches de las
perezosas y largas de diciembre, y el frío y el cansancio del camino
forzaba a procurar pasarlas con reposo»
(127). Como ocurre
frecuentemente en «Las dos doncellas», el marco escénico conlleva
un valor simbólico que casi se parece a la alegoría medieval, en que
el autor proyecta el estado anímico de los personajes principales
hacia el exterior en el paisaje o en el sitio en que se encuentran en
ese momento (Schmauser 180-88). Este panorama frío, desolado
y oscuro manifiesta al exterior el paisaje interior del alma de Teodosia,
quien se siente perdida, enajenada y casi desesperada, y
sólo ve afuera más reflejos de su propia miseria y sufrimiento personal.
Para ofrecer un contrapeso a esta vista subjetiva momentáneamente
sin esperanza, Cervantes transforma la habitación en
confesionario, lo que Senior llama «emblem par excellence of
post-Tridentine spirituality»
(78). Hasta la segunda mitad del siglo
XVI el penitente se confesó de rodillas frente a un sacerdote
sentado. La cabina de madera ya tan conocida se inventó como
método para guardar la anonimia del confesante y proteger a las
mujeres del contacto amoroso no deseado del confesor. Al principio
unas cortinas solas le separaron al penitente del interlocutor,
pero con el paso del tiempo los enrejados reemplazaron las divisiones
insubstanciales (Tentler 82, Kamen 126). En la novela, Teodosia
y Rafael se encuentran encerrados en un espacio pequeño parecido
a una caja y la oscuridad profunda de la noche prohíbe a los hermanos
verse e identificarse. Cada uno ocupa su propia cama, y
antes de que Teodosia se consienta a compartir los sentimientos
del corazón con el caballero desconocido, le exige que no se mueva
del lugar en que está ni invada el espacio de la triste mujer que
habla. Así le separa Cervantes a la pecadora penitente del hermano
interlocutor, y las tinieblas metafóricamente conjuran la imagen
—35→
del tabique de un confesionario.
Como es una confesión verbal, la situación íntima privilegia el intercambio lingüístico de voces desencarnadas, prestando a las palabras una intensidad semántica y espiritual inusitada en la conversación común y corriente. Brooks escribe de la oralidad del diálogo confesional:
(95) |
El discurso confesional es una forma de hablar muy especial, un
duólogo o un diálogo concentrado en que se expresan valores y
el lenguaje ejerce un poder transformacional en las relaciones entre
lo divino y los seres humanos. Andrew Kennedy define el duólgo
como «the kind of concentrated dialogue structure that most
often enacts an encounter-a crisis or an exchange of values-
wherein relationship and language are fused and transformed»
(27). En contraste con el diálogo, el duólogo revela un cambio
de valores por lenguaje que evoluciona estilísticamente para
mostrar estas transformaciones interpersonales (Kennedy 7, 28).
En el caso de la confesión, Dios se queda al fondo, detrás del
duólogo sacramental, como un participante y un espectador activo,
—36→
pero invisible18. Aunque al comienzo del relato Cervantes invitó
a los lectores a identificarse con los mesoneros y los visitantes, aquí
despide a estos personajes para permitir al público escuchar el
sacramento de confesión en el acto. Los lectores entran en los
recintos más recónditos de la psique humana para atestiguar la
maravilla restaurativa y redentora de la confesión.
El discurso confesional de Teodosia muestra la estructura
tripartita especificada por el Concilio de Trento en 1551, la cual
consiste en: (1) la contrición, o la expresión de culpabilidad y dolor
por las transgresiones cometidas; (2) la confesión en sí, o la declaración
verbal de los pecados; y (3) la reconciliación, o la absolución
y la desaparición de los pecados, realizada por su admisión
(García-Villoslada 442-43). La heroína revela contrición por los gemidos,
los sollozos y los suspiros que emite, caracterizando su estado
caído como un «intricado laberinto» en que se ve porque se
engañó al creer las falsas promesas de Marco Antonio, y al elegir
pasar por alto los deseos de su familia y deshonrarla: «¡Ay honra
menospreciada; ay amor mal agradecido; ay respetos de honrados
padres y parientes atropellados, y ay de mí una y mil veces, que
tan a rienda suelta me dejé llevar de mis deseos!»
(127). Estos gestos
y expresiones cargados de sufrimiento le despiertan la compasión
a Rafael y le animan a adoptar el papel de confesor. El caballero
le ruega a la dama compartir la causa de su dolor. Siguiendo
—37→
el modelo de los numerosos manuales para confesores que circulaban
en la época de Cervantes, como el interlocutor sacerdotal
Rafael tiene que convencerle al penitente a no suprimir ninguna
información sobre los pecados cometidos (Tentler 100-01). Teodosia
cumple con su deber al contar una historia en que el apetito
triunfó sobre la razón al momento en que se entregó a Marco Antonio
bajo la promesa de matrimonio. La atracción física que nace
cuando se observan enciende el deseo rápidamente y se metamorfosea
en una fuerza incontrovertible que no se rinde a consideraciones
de honra ni de razón ni de responsabilidad:
(130) |
Las palabras de Teodosia forman un lenguaje de las pasiones, el que caracteriza la retórica confesional (Senior 97). El lenguaje confesional libera los sentimientos más fuertes e íntimos del confesante, creando una especie de montaje verbal del mundo interior y quizás hasta aquel momento totalmente inconsciente por parte del individuo (Senior 42-43, 103). Sus comentarios están repletos de imágenes violentas y auto-destructivas que retratan el deseo de manera muy viva como un amor falso y un asalto contra la honra y la integridad de la persona. Después de la partida de Marco Antonio, la pasión de Teodosia se convierte en ira dirigida a sí misma, y concretizada en actos como tirarse el pelo, arañarse el rostro y llorar un torrente de lágrimas. Pero por suerte, un paje sirvió de testigo a la consumación de las promesas matrimoniales, y Teodosia lleva una sortija de diamantes con la inscripción «Es Marco Antonio esposo de Teodosia». En la Europa postridentina se consideraban los matrimonios de este tipo legales y permanentes, —38→ y eran reconocidos como tales por la Iglesia y el Estado (Pabón 114-18). Los diamantes, por supuesto, son casi indestructibles, y así simbolizan la permanencia tanto de la pérdida de la virginidad de Teodosia como del compromiso matrimonial contratado por la pareja.
Al amanecer, y con la confesión completada, Rafael jura servir
a la dama. Promete ver a Marco Antonio al lado de ella como
esposo o morir al intentar restaurar su honra. Abre las ventanas
y la puerta del aposento-confesionario, simbólicamente dejando
penetrar la luz divina, que ilumina el camino que conduce a la
viajera a la salida del «intricado laberinto» del pecado hacia la
reconciliación con los poderes racionales del alma agredida por
impulsos irracionales, con Dios en la restauración de gracia después
de limpiarse espiritualmente, y con la sociedad por la recuperación
de su esposo legítimo, y con él, de su posición de honra
en la comunidad. La luz del alba les permite a los hermanos
reconocerse, y Teodosia, quien teme el enojo de su hermano, le
entrega la espada que lleva y le da permiso para juzgarla y castigarla:
«Yo confieso mi pecado, y no quiero que me sirva de disculpa
mi arrepentimiento; sólo te suplico que la pena sea de suerte que
se extienda a quitarme la vida y no la honra»
(134). Esta escena de
anagnórisis rápidamente cambia en un momento de auto-descubrimiento
debido a una epifanía divina agustiniana en que Rafael,
conmovido por su contrición sincera y su triste confesión, rechaza
demostrar pasión vengativa y elige ofrecerle amor fraternal por
la jura de usar la mente para encontrar una solución feliz y pacífica
al problema de Teodosia. Rafael ejemplifica al buen confesor en
templar sus juicios con la razón y la misericordia y en reservar la
justa penitencia para más tarde, cuando tenga más información:
«con rostro agradable y semblante pacífico la levantó del suelo y
la consoló lo mejor que pudo y supo, diciéndole, entre otras razones,
que por no hallar castigo igual a su locura le suspendía por
entonces»
(135)19. Rafael levanta a Teodosia de la postura tradicional,
—39→
pre-confesionario del penitente, lo cual señala el fin del rito
penitencial y marca el comienzo de su recuperación de la gracia
divina. La confesión debe ofrecer consuelo y salud; Cervantes
revela estos efectos beneficiosos por el cambio dramático en el
estado anímico y físico de la joven: «Con estas razones volvió Teodosia
a cobrar los perdidos espíritus; tornó la color a su rostro y
revivieron sus casi muertas esperanzas»
(135). El narrador les
explica a los lectores que Rafael no vuelve a mencionar el episodio,
lo que sugiere que como el confesor ideal, guarda el sello de
silencio que protege las comunicaciones compartidas al confesarse.
Un viajero les informa a los hermanos que Marco Antonio viaja
a Nápoles y deciden proseguirle. Cambian el cuartago de Teodosia
por una mula después de pedirle al viajero que le devuelva
el caballo elegante a su padre, lo cual presagia la vuelta de la
dama a casa y la resolución de su dilema personal.
En camino a Barcelona se encuentran con la doble de Teodosia
en un bosque cerca de Igualada, topónimo significativo por los
múltiples paralelismos entre las dos mujeres establecidos en este
episodio. Ven a Leocadia por primera vez en un bosque entre
otras víctimas de un grupo de bandidos. El paisaje es caótico, y el
hecho de que les han robado la ropa a las víctimas subraya la
impresión de desorden y falta de civilización. Los «llantos y gemidos
de los miserables despojados»
puntúan el «extraño espectáculo»
,
la etiqueta dictaminadora que el narrador identifica con el
escenario melodramático (138). La viñeta también funciona como
la proyección de la conflictividad violenta que Leocadia lleva
adentro, lo que recuerda los paisajes psicológicos de las novelas
sentimentales (Casalduero 208; Schmauser 182-85; Fuchs 291-92).
Como en el primer episodio de «Las dos doncellas», la hermosura
distingue a esta protagonista disfrazada de mozo y sirve como «la
carta de recomendación»
que inspira a «los dos hermanos de favorecerle
en cuanto pudiesen»
(139). Efectivamente, esa noche Teodoro/
Teodosia le sonsaca a Leocadia a confesarse, haciendo esta
—40→
vez el papel de confesora y ofreciéndole su ayuda y su compasión.
Leocadia muestra su dolor al empezar a llorar antes de compartir
sus secretos con la otra, y en la confesión que sigue, los
lectores y la confesora se enteran de que la nueva doncella es la
rival de Teodosia, también ha sido engañada por Marco Antonio,
y además se ve en situación deshonrada y desesperada. Las frases
y los elementos repetidos enfatizan el espejismo entre las protagonistas,
sus confesiones y las circunstancias. Sin embargo, hay
diferencias muy importantes entre las dos que muestran que
Leocadia se tiende más a ser una especie de sombra o Doppelgängerin
de la otra20. Leocadia es más activa y audaz en perseguir a
Marco Antonio, y aunque consigue su promesa de ser su esposo,
sólo la tiene en la forma de una cédula escrita y firmada por él.
Faltan el sacramento, la consumación, el testigo y el símbolo
matrimonial duradero de la sortija de diamantes con la grabación
que declara al ausente esposo de la dama. Aún Leocadia reconoce
que si se reúne con Marco Antonio «con facilidad negará las
palabras que en su papel están escritas el que niega las obligaciones
que debían estar grabadas en el alma»
(146). Y a fin de cuentas,
resulta que le han robado la cédula, una prueba tan débil y efímera
como la jura insincera de Marco Antonio.
Aunque el sufrimiento de Leocadia es verdadero, su arrepentimiento
corresponde más bien a la atrición que la contrición
porque se niega a aceptar responsabilidad por sus acciones con
Marco Antonio y les hecha la culpa a otros por su desgracia. Sobre
todo domina el aspecto irracional y vengativo de su carácter que
quiere descargar en su enemiga, sin saber que habla con ella: «yo
la buscaré, yo la hallaré, y yo la quitaré la vida, si puedo»
(146). En
contraste con Teodosia, quien ha dado el primer paso hacia el
equilibrio entre el instinto y la razón, Leocadia es prisionera de la
pasión de los celos: «el dolor que siento de los celos me la [a Teodosia]
representa en la memoria bien así como espada que atravesada
—41→
tengo por mitad de las entrañas, y no es mucho que... le procure
arrancar de ellas y hacerle pedazos»
(147). Teodosia ve que
su doble no tiene control de sus emociones violentas y conquista
sus propios celos para ofrecerle la misma esperanza que le regaló
su hermano para remediar su situación y apaciguar el estado destemplado
de su alma. Muestra mesura y discreción al responderle:
«veo que la pasión que sentís no os deja hacer más acertados
discursos, veo que no estáis en tiempo de admitir consejos saludables.
... Dejad el cuidado al tiempo, que es gran maestro de dar y
hallar remedio a los casos más desesperados»
(147). De momento,
a Leocadia le escapa la oportunidad de templarse el alma a través
del discurso confesional, pero sin saberlo ha contribuido al plan
providencial que se desarrolla en «Las dos doncellas». Su confesión
funciona como un espejo para Teodosia, quien ve en su
rival la dimensión irracional de su propio carácter de forma exagerada,
lo cual avanza su experiencia de auto-conocimiento y su
control sobre el apetito animal del ser humano. Informado por su
hermana de los secretos de Leocadia, Rafael también pasa por una
transformación de identidad, añadiendo a su papel de defensor
de Teodosia el de enamorado y futuro esposo de Leocadia21. El
narrador se aprovecha de este cambio repentino para explicar que
el amor es una fuerza incontrastable, y siguiendo la tradición
platónica, la hermosura «enciende con poderosa vehemencia el
alma de quien la contempla, bien así del modo y facilidad con que
se enciende la seca y dispuesta pólvora con cualquiera centella
que la toca»
(149). El sumamente mesurado y racional Rafael
conoce a su pareja complementaria en la extremadamente volátil
y emocional Leocadia. Su casamiento (sólo imaginado en este
episodio de la novela) promete la unión equilibradora y reconciliadora
del instinto con el intelecto.
Al llegar a Barcelona, por suerte o Divina Providencia, los tres
protagonistas encuentran a Marco Antonio en medio de una pendencia
—42→
en el puerto. Entre tanta violencia, otro caso de proyección
escénica del desorden psicológico, moral y social ocasionado por
uno de los protagonistas, Dios interviene una vez más, en estas
circunstancias con una pedrada que casi mata al joven irresponsable.
Marco Antonio parece estar cerca de la muerte, y en la casa
del generoso catalán que ha recogido a todo el grupo y delante de
muchos testigos, en plan de confesora Leocadia le insta a arreglar
sus asuntos para salvarse el alma. El caballero responde con la
confesión más teatral de todas en un viñeta que se parece a una
escena de comedia22. Inicia su discurso con la repetición de la
palabra «confieso», pero aunque reconoce sus delitos cometidos,
le desengaña a Leocadia de manera muy directa mientras se identifica
como esposo legítimo de su rival: «Los amores que con vos
tuve fueron de pasatiempo, sin que de ellos alcanzase otra cosa
sino las flores que vos sabéis...; lo que con Teodosia me pasó fue
alcanzar el fruto que ella pudo darme y yo quise que me diese,
con fe y seguro de ser su esposo, como lo soy»
(157). Marco Antonio
se arrepiente de los actos que hizo «con poco discurso y con
juicio de mozo» y cree que Dios le ha otorgado esta ocasión para
cumplir su promesa a Teodosia y darle a Leocadia la libertad para
seguir adelante: «Mas doliéndose de mí el cielo, sin duda creo que
ha permitido ponerme de la manera que me veis para que, confesando
estas verdades, nacidas de mis muchas culpas, pague en
esta vida lo que debo y vos quedéis desengañada y libre para
hacer lo que mejor os pareciere»
(158). Casi inmediatamente
después de curarse moralmente al terminar el rito sacramental,
empieza a mejorarse físicamente, lo cual le da fuerzas para hacer
la penitencia no tan dura de casarse con Teodosia de nuevo, pero
ahora con la bendición oficial de la Iglesia representada por el
sacerdote presente.
Este momento de gran dramatismo marca un punto central en —43→ la narrativa en que coinciden varias peripecias textuales. Por una parte, Cervantes ha realizado un casamiento de la convención de romance de anagnórisis o descubrimiento con la reconciliación confesional con sus consecuencias concomitantes de restitución moral y social. Marco Antonio declara su culpa públicamente lo cual le salva el alma, precipita la celebración y el reconocimiento público de su matrimonio con Teodosia y prepara su regreso con ella como pareja honrada a su comunidad en Andalucía. Además, la misma confesión parece causar un verdadero festival de desenmascaramiento o metamorfosis de identidad. Marco Antonio, quien lleva el nombre de uno de los seductores más famosos de la historia mundial, se quita la vieja y gastada máscara de inmaduro burlador de mujeres por el uso moral del mismo instrumento antes abusado para engañarlas -el lenguaje- y se transforma en caballero responsable y digno de respeto. Teodosia recupera su identidad de dama principal, se viste de nuevo de mujer y asume el puesto social de esposa de caballero distinguido.
Pero el autor guarda la transformación más impresionante
para «la desengañada y sin ventura Leocadia»
, quien huye de la
felicidad de Teodosia y Marco Antonio para perderse desesperadamente
en el laberinto de las calles de Barcelona (159). El enamorado
Rafael la persigue hasta la marina donde le confiesa su amor,
describiéndolo como una fuerza irresistible igual al sentimiento
que ella ha experimentado por el otro. Rafael se expresa con gran
elocuencia y emotividad, y este discurso íntimo con tan sólo el
cielo, el mar, la tierra arenosa de Barcelona, la amada y Dios como
testigos, es una obra maestra retórica en que se mezclan la razón
y el afecto. El joven le da un catálogo de todos los motivos prácticos
por los cuales Leocadia debe casarse con él, además de revelar
«la más enamorada y honesta voluntad que ha nacido ni puede
nacer en un enamorado pecho»
(160). Habla con tanto donaire y
sinceridad en esta escena tan silenciosa y apartada como la otra
era pública y concurrida que no sólo convence a Leocadia de
aceptarle como marido, sino también la libera de su propia impetuosidad
apasionada, y la luz del entendimiento entra de nuevo
en su corazón: «así lo ha ordenado el cielo, y no es en mi mano ni
—44→
en la de viviente alguno oponerse a lo que Él determinado tiene,
hágase lo que Él quiere y vos queréis, señor mío»
(162). De doncella
agraviada y vengativa se metamorfosea en mujer piadosa y
agradecida, quien también se pone ropa femenina antes de presentarse
como esposa honrada de Rafael: «daré al cielo las gracias
de haberme traído por tan extraños rodeos y por tantos males a
los bienes de ser vuestra»
(162). El lector entra en el escenario
como testigo-espectador vicario de esta última confesión particular
en que hay una especie de anagnórisis divina del rol de la
Divina Providencia en guiarles a todos «por tan extraños rodeos»
al fin deseado.
En contraste con las otras secciones de esta fuga cervantina en
que predomina la voz particular de uno de los protagonistas que
articula una variación de la misma melodía confesional, concluye
«Las dos doncellas» con una coda cantada al unísono por el grupo
entero. El narrador recalca el hecho que la recuperación de Marco
Antonio resulta de la intervención directa de Dios en la vida
humana: «Dios, que así lo tenía ordenado, tomando por medio el
instrumento de sus obras-cuando a nuestros ojos quiere hacer
alguna maravilla-lo que la misma no alcanza, ordenó que [la]
alegría y poco silencio que Marco Antonio había guardado fuese
parte para mejorarle»
(163). La cura milagrosa de Marco Antonio,
la resolución de los conflictos subjetivos y sociales de los personajes
principales y la purificación y la elevación espiritual de los
cuatro individuos mediante el discurso confesional constituyen
la base de una nueva comunidad utópica. Y así en forma de
colectividad o coro harmónico van en romería, un acto devoto y
penitencial que completa el proceso sacramental de reconciliación
divina23. Su peregrinaje traza un circuito geográfico puntuado por
famosos lugares de devoción que circunda la nación española,
una comunidad unida por la fe católica. Pasan por Montserrat,
siguen el camino de Santiago, y luego, vestidos todavía en hábito
de peregrino, regresan a su tierra cerca de Sevilla, otro centro religioso
—44→
de mucha importancia en la época24. Purificados y ennoblecidos
aún más por esta experiencia, ya como miembros ejemplares
de la comunidad cristiana de España los romeros llegan a su región
natal justo en el momento exacto para evitar un conflicto armado
entre sus familiares. Se realiza esta escena de reconciliación social
bajo la sombra de un olivo, emblema de paz. Una vez más el
«discurso de la razón» funciona como instrumento de paz y
unidad para socavar y cancelar un acto de violencia, aquí en la
escala más grande de una verdadera batalla. Marco Antonio, la
causa de la ira general, interviene como representante de harmonía
y hermandad: «Templad la furia y arrojad la lanza, o volvedla
contra otro enemigo, que el que tenéis delante ya de hoy más ha
de ser vuestro hermano»
(166). Se confirman la restitución y la expansión
del círculo familiar con una celebración de las bodas que
el narrador califica como «espléndida» y «sumptuosa» (167).
Según Cervantes, entre los dos principios del alma de la razón (el alma) y el apetito (el cuerpo) reside el tercer principio de la pasión o del espíritu. Si se desarrolla bien la pasión, de una manera virtuosa, entonces este principio sirve como fuerza moral auxiliar que ayuda la razón en vez de fortalecer la concupiscencia. En «Las dos doncellas» el discurso confesional cumple la función de instrumento humano y divino que encauza y modera la pasión humana de un modo positivo, y permite el establecimiento del equilibrio sano y harmonioso entre el apetito y la razón al mismo tiempo que reconcilia y apacigua a la comunidad social. Al llegar a este punto en el texto tanto los protagonistas como los lectores contemplan el final de su romería. Por el mundo ficticio construido en la narrativa Cervantes transforma a los miembros de ambos grupos en peregrinos, figuras devotas muy relacionadas con la época postridentina, invitándoles a todos a cultivar un sentido de maravilla y experimentar un momento de inspiración epifánica25.
—46→Y si se escucha bien, debajo de las voces melódicas de la fuga cervantina
«Las dos doncellas» quizás se oigan las palabras de Santiago
que bien podían servir como epígrafe de la obra: «Por tanto,
confesaos unos a otros vuestros pecados, y orad unos por otros
de manera que seáis sanados»
(S. Diego 5:16).
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