––––––––
110
––––––––
|
––––––––
111
––––––––
|
––––––––
112
––––––––
|
––––––––
113
––––––––
|
Era previsible que la institucionalización de la cátedra de filosofía política al crearse las nuevas facultades de ciencias políticas a finales de los años sesenta provocase un debate sobre la naturaleza, contenidos y objetivos de la nueva disciplina que ganaba su puesto al lado de dos materias tradicionales, la historia de las doctrinas políticas y la ciencia política para no hablar de la todavía más nueva sociología política. En realidad ese debate no se dio, o fue muy inferior en cuanto a intensidad y vivacidad que el que había precedido y acompañado el nacimiento de la disciplina.
Entre el 11 y el 13 de mayo de 1970 tuvo lugar en la Facultad de
Derecho de Bari, gracias al profesor Dino Pasini, un congreso dedicado a la
«Tradición y novedad en la filosofía
política», en el que le tocó a Alessandro Passerin d’
Entrèves, primer titular de la materia, y a mí que sería
su sucesor dos años después, presentar las conferencias
introductorias. Ninguno de los dos nos dejamos seducir por la tentación,
tan frecuente en estos casos, de proponer su particular concepto de
filosofía política, es decir, de ceder a la presunción de
decir qué debe ser la filosofía política. D’
Entrèves en su ponencia intitulada manzonianamente
El comportamiento asignado a los estadistas
se plantea el siguiente problema: «¿Existen características
comunes que se encuentran en todos los pensadores que normalmente son
catalogados como políticos?». Puesto en estos términos el
asunto requería una respuesta basada en una pesquisa histórica
consistente en una serie de juicios de hecho,
––––––––
114
––––––––
|
También mi ponencia era descriptiva porque, presentando una clasificación de los principales significados lexicales de «filosofía política», no tenía intención de elevar alguno de ellos a definición privilegiada y exclusiva y por tanto de dar algún carácter estipulativo. Estos significa eran los siguientes: descripción y propuesta de la óptima república, búsqueda del fundamento último del poder y por tanto del deber de obedecer, determinación del concepto general de política, con la consecuente distinción entre política y moral, entre política y derecho, entre política y religión, y finalmente metodología de la ciencia política o metaciencia política. La necesidad de esta clasificación, que tenía un valor puramente analítico sin intención normativa alguna, brotaba de la constatación de que a la categoría de la filosofía política se suelen asignar obras aparentemente muy diferentes entre sí, como la República de Platón, el Contrato social de Rousseau, la Filosofía del derecho de Hegel, y que en estos últimos tiempos, luego del gran interés por los problemas de la filosofía de la ciencia, y de la sospecha de que la filosofía tradicionalmente entendida sea un saber ideológico, por «filosofía» se deba entender exclusivamente la crítica de la ciencia141.
El debate italiano fue precedido a distancia de un año por
una discusión semejante que tuvo efecto gracias al Instituto
internacional de filosofía política, en un congreso parisino
cuyas memorias vieron la luz
––––––––
115
––––––––
|
En el mismo congreso Renato Treves leyó un trabajo sobre la noción de filosofía política en el pensamiento italiano: constataba que eran dos las acepciones predominantes de la expresión, siendo entendida, de una parte, como descripción del Estado óptimo y, de otra, como la investigación sobre la naturaleza y objetivos de la actividad política que debe ser distinguida de otras actividades del espíritu (la referencia a la filosofía de orientación espiritual dominante en Italia era evidente), y sobre todo de la actividad económica y de la moral.
Este análisis constituyó un buen precedente de la
discusión de Bari: en efecto dos de los significados de filosofía
política que enuncié corresponden
––––––––
116
––––––––
|
A este problema siempre había sido más sensible el pensamiento político inglés, que se había interrogado sobre los límites del poder, vistos ex parte civium, mucho más que el pensamiento político continental cuyo problema funda mental había sido el de la razón de Estado, o sea, de la legítima ruptura de los límites, ex parte principis. El tema de la obligación política había sido importado en Italia por d’ Entrèves que había tenido su primera y decisiva formación académica en Inglaterra. No por casualidad en su ponencia de Bari, después de haber expuesto los que consideraba los caracteres comunes de las filosofías políticas tradicionales concluía que estos rasgos comunes convergen hacia un único problema, que es el de «percatarse de los vínculos de dependencia que abrazan al hombre de la cuna a la tumba», y en definitiva de hacer posible la respuesta a la pregunta: «¿Por qué un hombre debe obedecer a otro hombre144?» Ocupándose de este problema, concluía, los grandes escritores políticos del pasado hacían filosofía, «eran filósofos y no simples recopiladores y ordenadores de datos».
En la discusión de Bari no se había podido tomar en
cuenta el artículo del Prof. Raphael de la Universidad de Londres,
What is Political Philosophy? publicado el
mismo año en el volumen Problems of
Political Philosophy (que cito de la segunda
edición de 1975). También Raphael seguía la otra
vía, la de expresar su opinión sobre lo que la filosofía
política debería ser, para distinguirla sea de la teoría
política perseguida por los sociólogos y científicos de la
política que se propone «explicar» el fenómeno
político, sea por la ideología que tiene un carácter
exclusivamente normativo. El propósito de la filosofía
política no es, según
––––––––
117
––––––––
|
No tiene caso comentar esta y las otras interpretaciones de la filosofía política. Tot capita tot sententiae. Tampoco hay que maravillarse que la filosofía política siga la suerte de la filosofía general que continúa interrogándose sobre sí misma desde que nació, tanto así que una parte conspicua del saber filosófico consista en un saber reflexivo, en filosofar sobre la filosofía. Aquí me interesa poner en evidencia que también la filosofía de la filosofía, que podemos llamar metafilosofía, puede tener, a semejanza de la metaciencia, un carácter descriptivo o prescriptivo. El debate como se desarrolló en Bari tuvo un rasgo predominantemente descriptivo, en contraste con el debate parisino y con el artículo de Raphael cuyo patrón es fundamentalmente prescriptivo. Luego se puede precisar que una metafilosofía descriptiva se orienta hacia el descubrimiento y el análisis de las definiciones lexicales que tienen en cuanto tales un derecho igual a ser tomadas en consideración, mientras una metafilosofía prescriptiva desemboca irremisiblemente en una definición estipulativa, que tiende a excluir todas las demás.
A pesar de la expansión gradual de la enseñanza de
la filosofía política en nuestras universidades, las primeras
discusiones sobre la naturaleza, los fines y los límites de la
disciplina no tuvieron muchas repercusiones en los años siguientes. Una
oportunidad para retomarlas fue la publicación de la nueva revista
«Teoría política», cuyo primer número
apareció a comienzos de 1985. Al proponer la confrontación entre
filósofos de la política y científicos de la
política y al invitar a colaborar y a interactuar a filósofos,
sociólogos, historiadores, politólogos y juristas, la revista no
podía dejar de provocar discusiones de naturaleza metodológica.
La primera intervención apareció en el tercer número,
gracias a Danilo Zolo, quien para desarrollar sus consideraciones partía
del debate de 1970 como si en el intervalo de tiempo, a lo largo de quince
años, y por tanto no tan breve, no se hubiese alzado ninguna voz digna
de ser
––––––––
118
––––––––
|
escuchada145. Incluso los otros escritos a los que Zolo se reclamaba, de Sartori y Matteucci, sobre el tema de la naturaleza de la ciencia política que no podía dejar de ser examinada sin confrontarla con la filosofía política, se remontaban a esos años. Por igual la ciencia política cuando apareció, o mejor dicho cuando reapareció bajo las cambiadas vestimentas de ciencia a la americana, aproximadamente diez años antes, provocó una discusión semejante. Todo discurso sobre la ciencia política llamaba en causa a la filosofía política y viceversa. En el sexto volumen de la gran Storia delle idee politiche economiche e sociali, dedicado al siglo veinte y publicado en 1973, se encuentran frente a frente un en sayo de d’ Entrèves sobre la filosofía política, con un parágrafo sobre la distinción entre filosofía política y la ciencia política, y uno de Giovanni Sartori sobre la ciencia política, con un parágrafo sobre la filosofía política146. Bajo un razonamiento simétrico e inverso, en el primero la filosofía aparece como no-ciencia, en el segundo la ciencia se muestra como no-filosofía.
La relación entre filosofía política y
ciencia política era el tema principal del artículo de Zolo de
1985, pero considerado más desde el punto de vista de la ciencia
política de la que criticaba la concepción neo-empirista o
neo-positivista, predominante en Italia, sostenida por mí, y no desde el
de la filosofía política. En referencia a esta última se
congratulaba de que en nuestras universidades la filosofía
política se hubiese emancipado de la filosofía del derecho, que
tenía una larga tradición, y que hubiese superado el complejo de
inferioridad frente a la ciencia política y a la sociología
política. Retomaba el «mapa» diseñado por mí
de los varios y posibles significados de filosofía política y
planteaba una tesis para profundizar, según la cual, la
distinción entre filosofía política y ciencia
política puede remitirse «probablemente» a una diferencia de
grados, a una tendencial polarización de maneras de pensar que se
traduce en una diferente selección y presentación de los
problemas. Precisaba que «la forma del pensamiento filosófico
privilegia las teorías muy generales, fuertemente inclusivas, que operan
una reducción de complejidad muy débil y por ellos mismos son muy
complejas y difíciles
––––––––
119
––––––––
|
De este modo también Zolo se orientaba hacia una metafilosofía prescriptiva, proponiendo una sola acepción plausible de «filosofía política», preferible a todas las demás, si no incluso como la sola «probable» verdadera, una acepción que repetía, sin reconocimiento explícito, el concepto de la filosofía diferente sólo cuantitativamente de la ciencia, que había sido propio del positivismo, de la filosofía de la que el mismo Zolo había criticado el concepto de ciencia, sugiriendo como alternativa un enfoque post-empírico para la ciencia. Aún admitiendo que la filosofía política pudiese tener también la tarea de metaciencia, que era el cuarto significado que puse en evidencia, esta manera de entenderla era de cualquier forma, en referencia a los significados tradicionales, limitativo, porque tendía a eliminar del mapa los significados derivados de la distinción entre lo descriptivo y lo prescriptivo, entre la explicación y la justificación, distinción que había aparecido repetidamente en el debate sobre la naturaleza de la disciplina. La verdad es que de conformidad con la idea inspiradora de la nueva revista, Zolo se proponía trazar las líneas de una «teoría política», que en cuanto tal no podía tener la misma extensión de la filosofía política, naturalmente mucho más amplia. La limitación del campo de la filosofía política dependía del hecho de que ciertamente se hablaba de filosofía política pero se tenía en la mira la teoría política de la que se trataba de identificar su papel sea con respecto a la filosofía sea en referencia a la ciencia.
Que el verdadero objeto de la contienda fuese la teoría
política resultó claro del artículo de Michelangelo
Bovero, publicado dos números después en la misma revista,
intitulado «Por una meta-teoría de la política.
Cuasi-respuesta a Danilo Zolo». El asunto en cuestión no era tanto
la filosofía política como el objeto todavía misterioso de
la teoría política, como se mostraba desde el título en el
que se hablaba de meta-teoría y no de meta-filosofía. Aquí
no es el lugar para detenerse en este intento de construir un modelo de
teoría política que diese cuenta de la estructura formal y del
entramado de las teorías políticas, porque el tema sale de esta
crónica, y el problema de la naturaleza de la teoría
política deberá
––––––––
120
––––––––
|
Con estas observaciones no quisiera dar a entender que yo
esté dispuesto a dar a las cuestiones de método y a las relativas
al conflicto de las disciplinas mayor importancia de la que tienen en realidad.
Tanto las primeras como las segundas frecuentemente son cuestiones puramente
académicas, en las que a la puntillosidad de las distinciones y
subdistinciones no corresponde siempre una relevancia práctica. Ello no
quita la sorpresa al constatar que la proliferación de las
cátedras de filosofía política no haya sido
acompañada de una reflexión sobre el lugar de la disciplina en la
ahora vasta área de las enseñanzas que tienen por objeto la
política. En un reciente comentario de las respuestas a un cuestionario
sobre los programas de los profesores de filosofía política se
mostró que, el objeto predominante de los cursos es el comentario de
obras clásicas, tanto así que el comentarista fue
constreñido a preguntarse si el objeto de la filosofía
política para los docentes italianos de la materia sea la
política en cuanto tal, o las ideas y las teorías
Filosóficas sobre la política148. La pregunta
era claramente retórica: es evidente que en este segundo caso la
filosofía política no sería otra cosa que una copia de la
historia de las doctrinas políticas que es enseñada desde hace
cincuenta años en nuestras universidades. Si alguna vez hubo un debate
sobre la naturaleza de la filosofía política, este se
orientó sobre todo a la diferenciación de la filosofía
política de la ciencia política y, en segunda instancia, de la
filosofía moral y de la filosofía del derecho. Ninguno se
había planteado el problema de la distinción entre
filosofía política e historia del pensamiento político
porque la diferencia entre una y otra era evidente. Y en
––––––––
121
––––––––
|
Faltaba, es verdad, en Italia una tradición de docencia de la filosofía política, como había sido en cambio para la filosofía del derecho, que nadie hubiese pensado confundir con la historia del pensamiento jurídico, aunque al no existir un curso de esta materia las cátedras de filosofía del derecho en la práctica frecuentemente son cursos de historia del pensamiento jurídico, y los filósofos del derecho suelen distinguirse en filósofos propiamente dicho e historiadores. Pero en el caso de la filosofía política que era insertada en un tronco en el que una de las ramas frondosas era la historia del pensamiento político, la sobreposición y, en consecuencia, la confusión con la historia no debería haber surgido. Es preciso agregar que, mientras existe una larga tradición de manuales y tratados de filosofía del derecho que incluye -en honor a la supremacía del derecho sobre la política- a la filosofía política (basta el ejemplo de la Philosophie des Rechts de Hegel), no existe una tradición semejante en la filosofía política.
Así y todo, un ejemplo de lo que habría podido ser la enseñanza de la filosofía política diferente de la historia del pensamiento político había sido presentado por quien había ocupado primeramente esa cátedra. El manual que d’ Entrèves publicó en 1962 bajo el título en ese entonces académicamente insustituible de Doctrina del Estado, pero que luego continuó siendo utilizado cuando el título de la cátedra se volvió filosofía política, tenía por objeto un sólo tema, el poder, que sin embargo, era asumido desde tres puntos de vista, como fuerza, como poder legítimo y como autoridad. Cada uno de estos aspectos fue presentado mediante ejemplos tomados del estudio de los clásicos que él denominaba con una feliz expresión «los autores que cuentan». De esta manera la historia de ninguna manera quedaba excluida, pero era puesta al servicio de una propuesta teórica. El propio autor, casi como justificación del hecho de que la cronología no era respetada y que «los saltos en el tiempo son a veces tremendos», declaraba abiertamente: «Este libro no es una historia de las doctrinas políticas» (p. XI). Cierto, no era una historia de las doctrinas políticas porque era una obra de filosofía política.
En cuanto sucesor de d’ Entrèves en la misma
cátedra, no olvidé ni la orientación del curso, la
selección de un gran tema, para desarrollar con
––––––––
122
––––––––
|
Las no siempre buenas relaciones, por no decir la diferencia
recíproca, de los historiadores de las doctrinas política y de
los filósofos de la política es el efecto de las incomprensibles
(perdonen ustedes el enredo) incomprensiones, sino incluso de los mal
entendidos. La teoría política sin historia queda vacía,
la historia sin teoría está ciega. Están fuera de lugar
tanto los teóricos sin historia, como los historiadores sin
teoría, en tanto que los teóricos que escuchan la lección
de la historia y los historiadores que están bien conscientes de los
problemas teóricos que su investigación presupone, salen
beneficiados del ayudarse mutuamente. Es probable que más que de
incomprensión se trata de un contraste de posiciones o de mentalidad: la
que aprecia lo que es constante, propia del teórico, y la que privilegia
lo que está en cambio permanente, propia del historiador.
«Nihil sub sole novi» o «Todo se
mueve». La permanencia o el fluir. El eterno retorno o el cambio
irreversible. No tengo ninguna dificultad
––––––––
123
––––––––
|
Naturalmente hay de historias a historias. Sobre el particular Salvadori hizo una observación útil: hay libros de historia, incluso grandes, que no estimulan la producción teórica, otros, en cambio, mucho menos grandes que proponen categorías de interpretación histórica que una reflexión teórica no puede más que tomarlas en consideración. Entre los primeros tomaba el ejemplo de Cavour de Romeo, entre los segundos el libro de Charles Maier, La refundación de la Europa burguesa, que introduce en el debate histórico y teórico el concepto nuevo, justo o errado que sea, de corporativismo. En esta segunda categoría ubicaría, como ejemplo típico, el libro de Alexander Yanov, Los orígenes de la autocracia, dirigido en buena medida a trazar, magistralmente, la distinción entre despotismo y autocracia y a ilustrar del despotismo, verdadero tema recurrente de Aristóteles a Wittfogel, su historia y sus varias interpretaciones.
No sólo hay de historias a historias, sino que hay diversas
interpretaciones de lo que debería ser la tarea del historiador. Es por
demás sorprendente que, mientras en Italia el debate
metodológico, entre historiadores del pensamiento político,
filósofos de la política y científicos
––––––––
124
––––––––
|
Uno de sus adversarios fue la historia de las ideas de
orientación analítica, como era impulsada y ejecutada en los
años de éxito de la filosofía analítica
neo-empirista y lingüista, cuyo propósito había sido el de
examinar el texto clásico en sí mismo, en su elaboración
conceptual y coherencia interna, independientemente de cualquier referencia
histórica y de cualquier interpretación-falsificación
ideológica. Personalmente considero que esta manera de estudiar a los
clásicos de la filosofía y a los de la filosofía
política haya dado buenos frutos, especialmente para una mejor
comprensión de los textos y de la reconstrucción del sistema
conceptual del autor estudiado. En escritores como Hobbes ha llevado a
resultados nuevos en la aclaración de temas fundamentales como el estado
de naturaleza, la relación entre ley natural y ley positiva, la
naturaleza del contrató de unión, la relación entre
libertad y autoridad, entre poder espiritual y temporal, la teoría de
las formas de gobierno y así por el estilo. No debe olvidarse que la
insistencia en el estudio analítico de un texto era una natural y, a mi
juicio, saludable reacción a las extravagancias del historicismo que,
colocando ese texto en una determinada situación histórica,
tomaba de él con frecuencia sólo el significado polémico
contingente y descuidaba la importancia de la elaboración y
construcción doctrinarias, válida en todo tiempo y lugar, y
contra los excesos de las interpretaciones ideológicas frecuentes en la
parcela de los estudios marxistas, pero no sólo en esta, que
había conducido al extraño resultado de considerar autores tan
diversos como Hobbes, Max Weber, Locke, Rousseau, Kant, Hegel, Bentham, Mill,
Spencer, a pesar de la contraposición de sus tesis, como
ideólogos de la burguesía, unas veces en ascenso otras en declive
y otras más en una crisis de transición, o bien a interpretar a
Hobbes de cuando en cuando como
––––––––
125
––––––––
|
Contra estas dos concepciones del trabajo historiográfico,
la escuela analítica ha tenido el mérito de poner en evidencia el
aparato conceptual con el que el autor construye su sistema, de estudiar sus
fuentes, de sopesar los argumentos pro y contra, aprestando así los
instrumentos necesarios para la comparación entre los textos,
independientemente de su cercanía en el tiempo y de las eventuales
influencias de éste sobre aquél, y para la elaboración de
una teoría general de la política. No hay duda de que los
diversos métodos bajo los que se puede tratar la historia del
pensamiento político el que tiene una relación más cercana
con la filosofía política es el método analítico.
No llegaría al extremo de afirmar, como lo han hecho algunos
críticos de los «revisionistas», que «la
metodología sugerida por Skinner disuelve los textos clásicos y
deja en su lugar una polvosa erudición151», por la conocida
razón de que en cuestiones de método las exasperaciones
polémicas están equivocadas. Cuando la
«erudición», como en el caso del libro de Pocock sobre la
suerte de Maquiavelo en Inglaterra permite ilustrar aspectos del pensamiento
político inglés hasta el momento descuidados, cualquier
estudioso, analítico o sintético, filosofante o historizante,
«revisionista» u «ortodoxo», debe alegrarse de ello.
También puedo admitir que haya
––––––––
126
––––––––
|
Insisto en el oponer una obstinada resistencia a toda forma de
«Methodenstreit», llevada hasta la exclusión
recíproca. La pluralidad de los puntos de vista es una búsqueda
de la que los partidarios del propio método con exclusión de
cualquier otro no saben sacar ventaja. Método analítico y
método histórico de ninguna manera son incompatibles. Antes bien,
se integran mutuamente. Todo esto no quita que la filosofía
política, más cercana a los historiadores analíticos que a
los eruditos o historicistas no haya encontrado aún su status, como lo
ha hecho la más antigua y académicamente más consolidada
filosofía del derecho. Para complicar las cosas agréguese que al
significado tradicional de «política», como la actividad o
el conjunto de actividades que de alguna manera se refieren a la
«polis», entendida como organización de una comunidad que
para conservarse hace uso, en última instancia, de la fuerza, se ha
venido acercando o incluso empalmando otro significado, la política como
directriz o conjunto de directrices que una organización colectiva, no
necesariamente el Estado, produce y trata de aplicar para alcanzar los propios
fines, significado que se muestra en la expresión del lenguaje
común, la «política» de la Fiat o del Banco de
Italia. Esta confusión deriva de la traducción forzada de dos
palabras inglesas «politics»
y «policy». Pero la falta de
conciencia de esta confusión ha hecho que hoy haya quien entienda la
filosofía política como un discurso de ética
pública, orientado a la formulación de propuestas para una buena
o correcta o eficiente «política» (en cuanto «policy») económica, sanitaria,
financiera, ecológica o energética. También en este caso,
no hay que sorprenderse o escandalizarse. Las dos filosofías
políticas, como teoría
––––––––
127
––––––––
|
Al no tener un estatuto específico propio, la filosofía política deja inevitablemente a sus cultivadores una cierta libertad. Si pudiese expresar mi preferencia, pero sin ninguna intención de presentarla como mejor que otras, diría que hoy la función más útil de la filosofía política es la de analizar los conceptos políticos fundamentales, comenzando precisamente por el de política. Más útil porque son los mismos conceptos usados por los historiadores políticos, por los historiadores de las doctrinas políticas, por los politólogos, por los sociólogos de la política, pero con frecuencia sin poner cuidado en la identificación de sus significados, o de sus múltiples significados. Bien se sabe que el mismo fenómeno puede haber sido llamado de diversas maneras: en el discurso político un ejemplo típico es la confusión y la sobreposición de «república» y «democracia», por la que todavía Montesquieu en su análisis de la república, tomando dos ejemplos históricos, Atenas y Roma, juntaba una democracia en el sentido propio de la palabra, o que pretendía serlo de acuerdo con el célebre epitafio de Pericles, y una república en el sentido de forma de gobierno contrapuesto al régimen real o al principado, como Roma, la cual fue considerada, comenzando por Polibio, no como una democracia sino como un gobierno mixto, y exaltando los ideales y las virtudes republicanas, exaltaba en realidad los ideales y las virtudes democráticas. Viceversa, fenómenos diferentes pueden haber sido llamados con el mismo nombre: ejemplo clásico es el de la expresión «sociedad civil», que a lo largo de los siglos, desde la «politiké koinonia» de Aristóteles hasta la «bürgerliche Gesellschaft» de Hegel no sólo ha cambiado el significado original sino que incluso lo ha modificado por completo.
