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Universidad Complutense
«confusión es una palabra inventada para indicar un orden que no se comprende» |
(Henry Miller) |
Cada vez hay menos motivos para comenzar cualquier estudio sobre la poesía de Cervantes con un retórico rasgado de vestiduras. Tampoco es ya necesario iniciar este trabajo rompiendo una lanza en favor de Cervantes poeta, porque todo parece indicar que ha terminado el tradicional descuido crítico de los poemas de Cervantes. No entra en mis intenciones desmenuzar las razones, de todo tipo, que han motivado este creciente interés, sino sólo subrayar una trayectoria crítica tal y como aparece recogida en la bibliografía más reciente. Aunque todavía la poesía cervantina está infrarrepresentada en algunos congresos y obras de conjunto89, los estudios se prodigan: —88→ el Viaje del Parnaso ha despertado un inusitado interés90, y se intensifica tanto el estudio funcional de los poemas en la narrativa cervantina91 como las aproximaciones a la poesía burlesca92, entre otros asuntos93. Dado el limitado espacio de que dispongo, mi trabajo se centrará en un soneto burlesco, como ejemplo de los problemas que aún plantean las llamadas poesías sueltas.
2. Se suele considerar que Cervantes es el autor del soneto «Maestro era de esgrima Campuzano». Vicente Gaos recoge el texto, en su edición de las Poesías completas (2: 396), entre las «Poesías sueltas atribuidas a Cervantes»:
(la cursiva es mía)
El poema aparece cruzado por
una fina ironía que desemboca en una forzada conversión que,
realmente, no ha sido tal. Los versos se organizan, siguiendo una de las
más clásicas estructuras del soneto, en dos partes que coinciden
con los dos cuartetos y los dos tercetos. En la primera parte se retrata a
Campuzano en su diario quehacer rufianesco (primer cuarteto) y en la peripecia
que motivará el retiro (segundo cuarteto). La segunda parte se centra en
la transformación: el rufián se metamorfosea en ermitaño y
el soneto se cierra con una gozosa lección. Se concentra en los catorce
versos una vida (abierta, porque el protagonista no muere) en dos momentos, muy
representativos ambos: la vida de rufián y la de ermitaño.
Cabría explicarse el cambio por un proceso de arrepentimiento, pero en
el soneto se obvia toda aclaración, porque ésta se deriva del
previo proceso: las pérdidas físicas que ocasiona la riña
(vv. 7-8) motivan el recogimiento en la ermita (v. 9). Así pues, la
ironía final viene precedida por todo un discurso irónico:
Campuzano no es, evidentemente, un «maestro de esgrima», sino un
valentón muy hábil en el manejo de la espada y de la daga (arma
típica de los rufianes) que mutila con facilidad, en su campo de
acción (Castilla). El verso 3 («rebanaba narices») pone en
entredicho la seriedad del verso 1. Los males de Campuzano comienzan con el
intento de cambio de lugar, si no de vida: «Quiso pasarse a Indias un
verano»
(v. 5), pero la riña con otro
rufián, Montalvo, determina el supuesto abandono de la vida hampesca.
Cabe pensar que la maestría de Campuzano forma parte más bien de
su fama de valentón o
miles gloriosus que de su habilidad
real, pues de la pendencia con un colega sale muy mal parado (aunque el soneto
no indica las consecuencias que el encuentro tuvo para Montalvo). El
«maestro» que encabeza el soneto debe, pues, colocarse en su justo
contexto rufianesco, tal y como sugiere la antroponimia («Montalvo el de
Sevilla»), y como apoya la designación de la babilónica
Sevilla94. Por
—90→
eso, el pretendido mensaje edificante que cierra la
composición, y que debiera recoger una historia de arrepentimiento que
compensara con creces la pérdida de pie, mano y ojo, queda aún
más vacío cuando se comprueba que el retiro ha sido interesado y
que en él su vida no romperá ciertos vínculos con el mundo
rufianesco.
El juego de apariencias que caracteriza esa falsa
maestría pervive en la ermita, donde Campuzano ha cambiado meramente
unos objetos por otros: en lugar de «espada y daga» ahora sostiene
«su palo en la mano, y su rosario / y su ballesta de matar
pardales»
. El cambio de lugar, el cambio de físico lleva
aparejado un cambio de instrumentos, todos ellos de doble significado, como se
verá. El oficio se manifiesta en la exhibición de los objetos
característicos, con lo que el poema desprende una sutil crítica
de la hipocresía basada en lo meramente exterior. Pero además,
Campuzano no renuncia a la compañía en su ermita y goza de los
servicios de «su Madalena» que lo rejuvenece hasta convertirlo en
un «San Hilario». Con ello el soneto alcanza su ambigua
valoración: la vida actual entra dentro de los «bienes» y la
pasada de los «males». ¿Pero en qué sentido? No en
uno estrictamente religioso, puesto que el retiro de este ermitaño es
incompleto y, por tanto, es, en cierto modo, un falso ermitaño95. Por eso, ¿cabría tratar del
desengaño barroco como base explicativa del soneto? ¿Es un soneto
erasmista que critica lo exterior y se burla de los falsos
ermitaños?
Conviene no olvidar las diferentes referencias eróticas
preludiadas por las siete alusiones corporales repartidas por todo el soneto:
narices, brazo, pie, ojo, mano (dos veces) y canas. De hecho el poema entero se
construye sobre tres enumeraciones: los nombres (topónimos: Castilla,
Indias, Sevilla; antropónimos: Campuzano, Montalvo, Madalena, San
Hilario), los objetos (espada, daga, ermita, palo, rosario, ballesta) y las
partes del cuerpo. Los dos tercetos acumulan diversas referencias
eróticas que subrayan la idea de un plácido retiro que poco tiene
que ver con la renuncia al mundo en sentido religioso. La ermita, en los Siglos
de Oro, posee connotaciones menos
sanctas en el lenguaje germanesco:
1) 'bodegón o taberna' («translaticiamente llama el vulgo a la
taberna donde se vende públicamente vino»
, Autoridades), 2) 'garito tabernario o de otro
tipo'
, 3) 'ventorro o bodega a las afueras de una ciudad que
servía a
—91→
veces de refugio a los 'ermitaños' o
salteadores de camino»
(Alonso Hernández,
Léxico). Ermitaño
es, por tanto, un 'salteador de caminos' y un 'bodegonero o tabernero de un
ventorro'. En la ermita, donde Campuzano podrá seguir siendo un
rufián avalentonado, hay cuatro posesiones que prueban el
carácter santo del protagonista. Los cuatro objetos van precedidos de un
«su» posesivo para subrayar la idea de propiedad, aunque es posible
que se resientan de la práctica iconográfica. Pero tres de los
objetos poseen una común referencia erótica: «su
palo», «su rosario» y «su ballesta de matar
pardales», con el carácter personal que les da la
reiteración del posesivo, aluden insistentemente al órgano sexual
masculino. Pero la red de significados es muy amplia y goza de extensa
ambigüedad. Así lo muestran los tres significados de
«ballesta de matar pardales», pues «pardal» es
'gorrión' (Campuzano sobrevive como ermitaño añadiendo una
pequeña dieta de carne a la característica de hierbas y
limosnas), es 'bellaco, astuto' «con alusión al gorrión,
que se juzga la más astuta de las aves»
(según
Autoridades, con lo que Campuzano mantiene
alguna vieja costumbre de su pasado rufianesco), y es también una
metáfora sexual. Pero «su Madalena» lo rejuvenece,
misteriosamente, porque «le quita mil canas» hasta el punto de que
lo convierte en un «San Hilario». Bajo nombres y sintagmas
tópicos se esconde un contexto sacrílego: Madalena parece tener
conocidas connotaciones96 y la referencia
a San Hilario es una alusión sexual:
«Posiblemente a consecuencia del juego
Hilario-hilaridad, el santo aparece muchas
veces en obras jocosas, tanto francesas, como españolas, en
relación con el hampa y los bajos fondos. Los rufianes invocan su
nombre, en juramentos y bravucondas, y algunos textos aluden claramente a su
incontinencia sexual: |
(Carajicomedia 19; v. también 16) |
El soneto presenta, pues, tres lecturas, teóricamente posibles: 1) la más literal: el rufián se hace ermitaño por una riña; pero resulta imposible aceptar esta interpretación por la frecuencia de las —92→ marcas irónicas. 2) El sentido irónico-burlesco: el rufián cambia de vida y se encuentra mejor; pero la postura del narrador es ambigua y está envuelta en velos de dudas y burlas. 3) El sentido oculto (erótico): el rufián sigue siendo un rufìán. Como consecuencia de la riqueza del mensaje parece difícil encontrar una interpretación unívoca o simplemente seria: ¿acaso puede convivir el erasmismo con el erotismo98?
Por el despliegue de ingenio y de ambigüedad la crítica ha venido aceptando la atribución del soneto a Cervantes, pese a que se apoya en una base filológica muy débil:
«Atr[ibución] y primera ed[ición] Obras escogidas de Miguel de Cervantes Saavedra, ed. Agustín García de Arrieta, IX (París, 1826), 381-82, según un manuscrito de su propiedad, desaparecido; apoyado por L[uis] Astrana Marín, Vida..., VII, 752. [...]99». |
El único manuscrito que contenía la atribución está perdido; sin embargo Astrana Marín puntualiza:
«es casi seguro que le pertenezcan [a Cervantes], pues no desdicen de su estilo, de su ingenio ni de su gracia, los dos siguientes, atribuidos a él (con otro, sin discusión auténtico) en un manuscrito, aunque no autógrafo, propiedad en el siglo pasado de don Agustín García de Arrieta100». |
Se ha pretendido reforzar la atribución del soneto a Cervantes acudiendo a las relaciones con otros pasajes cervantinos: un episodio del Quijote y otros dos sonetos. También puede relacionarse con el Rufián dichoso, y con el Rufián viudo, aunque los lazos sean extraordinariamente débiles.
Indica Vicente Gaos que «el retrato satírico
del personaje de este soneto recuerda al ermitaño del
Quijote, II, 24»
, pero este
otro ermitaño es sólo una alusión que parece carecer de
las implicaciones eróticas que se desprenden del soneto. La figura del
ermitaño (de quien se ignora su pasado) le sirve a don Quijote para
contraponer dos tipos de vida retirada. Los esfuerzos de don Quijote por
—93→
desabaratar las sospechas sobre las verdaderas intenciones de los
ermitaños quizá corroboran las suspicacias que intentan combatir:
«y cuando todo corra turbio, menos mal hace el hipócrita que se
finge bueno que el público pecador»
.
El Rufián dichoso es, ciertamente, una antiversión del falso ermitaño Campuzano. La acción (de la I jornada) también transcurre en Sevilla, pero mientras el soneto sólo se centra en uno de los rasgos de los hampones (la braveza)101 la vida rufianesca se manifiesta en toda su amplitud en la comedia. En ambos textos la conversión es central, pero en la comedia procede del arrepentimiento, mientras que en el soneto parece un cambio circunstancial. Lugo, el «rufián dichoso», muere, con lo que su trayectoria vital queda concluida, y de modo ejemplar, mientras Campuzano goza de una gran disponibilidad vital. El cambio de vida es mucho más importante en la comedia y es tratado por extenso en las dos últimas jornadas. Es, además, un cambio auténtico a un tipo de vida similar a la de un ermitaño:
|
(vv. 1448-1465; la cursiva es mía) |
Quizá la conexión entre ambos textos haya que buscarla en la parodia: ¿se trataría de un soneto paródico de las vidas de santos, y habría que hablar, de modo analógico (sobre e sintagma de «comedia de santos»), de «soneto de santos»? El soneto subvierte el mensaje central del Rufián dichoso y carece del arrepentimiento característico de la «comedia de santos». Quizá las similitudes con el soneto provengan del género que se parodia y no obedezcan a una autoría común.
Adrienne Laskier Martín encuentra un cierto aire picaresco común entre el soneto que comento y estos otros dos de Cervantes102:
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—95→
|
Los tres sonetos comparten el carácter narrativo y una cierta ejemplaridad burlona que los carga de ambigüedad, pero en los dos últimos no parece haber rastros de erotismo ni de arrepentimiento. De hecho refieren dos anécdotas que por su corta duración se oponen a la amplitud vital, enormemente concentrada, en el soneto de Campuzano. Los sonetos 1 y 3 se ambientan en Sevilla y el ambiente hampesco de 2 permitiría esa misma localización (aunque el soneto evita la mención geográfica). Los dos últimos poemas tienen como protagonista a un valentón, pero no a un rufián (pese a las interconexiones de los dos términos)103. Los tres poemas quedan envueltos por la ironía del narrador, por el ingenio del autor y por el vaporoso mundo de las apariencias. Sin embargo las diferencias más importantes emanan del carácter anecdótico, del uso del estilo directo, de la prolongación del estrambote y de la ausencia de cambio de vida (o de «arrepentimiento»). El estilo directo permite escuchar —96→ un lenguaje deformado que refleja el mundo del hampa al tiempo que constituye un retrato burlesco (el contenido burlesco de los dos sonetos se afianza y se prolonga por el empleo del estrambote)104.
Por otro lado, pisando un terreno más puramente filológico, la atribución del soneto 3 no ofrece dudas, pero la paternidad del soneto 2 se apoya en una base idéntica a la que permitió consignar la autoría del soneto de Campuzano:
«Primera ed[ición] anón[ima] Josef Alfay, Poesías varias de grandes ingenios españoles (Zaragoza, 1654). Atr[ibuido en] Obras escogidas de Miguel de Cervantes Saavedra, ed[ición de] Agustín García de Arrieta, IX (París, 1826) según un ms. de su propiedad, perdido; apoyado por L[uis] Astrana Marín, Vida..., VII, 752». |
(Avalle-Arce, n.º 46) |
El soneto de Campuzano (1), como acertadamente anotaba Avalle-Arce, también ha sido atribuido a Diego Hurtado de Mendoza. Foulché-Delbosc publicó por primera vez el poema de Mendoza, según el ms. 3796 BNM, e incluyó también la versión del ms.3913 BNM («Les oeuvres» 49-50). Se trata del mismo poema, pese a las variantes del texto cervantino, las cuales parecen indicar una mayor voluntad de agermanamiento o un deseo de incrementar los rasgos rufianescos. Este es el soneto de Mendoza (la cursiva del soneto 1 indica las variantes con respecto al soneto 4):
|
La versión atribuida a Cervantes incorpora el nombre de Montalvo, mientras ahora la riña amplía su hipotética grandeza al cruzarse entre Campuzano y «dos rufianes» (lo que explicaría el terrible resultado, dejando más a cubierto la fama de «maestro de esgrima» y subrayando, a su vez, la falta de caballerosidad característica de los rufianes). La «capa» sustituye a la «daga», arma rufianesca por excelencia. El cambio del verso 6 indica una falta de coherencia en la versión cervantina («y vino con Montalvo el de Sevilla»): ¿riñe con Montalvo? ¿a qué rencilla previa alude el artículo «la»? No sé si «vino con» puede interpretarse como «venir a las manos con», pero la conjetura no resuelve todos los problemas: la determinación del artículo «la» queda en suspenso, y, además, el mismo «vino» se repite en el verso 9106. En la versión cervantina se puede advertir una mayor voluntad coloquial en el verso 5 («pasarse») y una mayor intensidad afectiva en los posesivos de los vv. 10 y 11 (atraídos por el del v. 12), pero que restan efectividad al del v. 12.
En el terreno de las interpretaciones Mendoza se suele asociar con el optimismo renacentista, vitalista y luminoso, pero también burlón. Sin embargo no es imposible rastrear el desengaño en una poesía que puede funcionar de antecedente barroco. Por otro lado, las alusiones eróticas se cargan de sentido en un autor cuyo acervo literario erótico es considerable (Hurtado de Mendoza, Poesía erótica).
La atribución a Mendoza se basa en dos testimonios manuscritos, ninguno de ellos aún perdido. Los manuscritos 3796 y 18405 de la Biblioteca Nacional de Madrid indican que su autor es «don Diego de Mendoça», y el ms.18405 añade: «el embaxador». Hay otros dos códices que recogen el poema, sin atribución107.
—98→
Pero, al igual que en Cervantes, es posible (y deseable), al insertar el soneto en el contexto de la producción de su probable autor, tratar de ampliar el horizonte de atribuciones que ofrece la mera aparición del soneto en fuentes manuscritas. Manteniendo un cierto paralelismo con el caso de Cervantes (pues de ello se trata), el soneto de Campuzano encuentra rápido y sorprendente acomodo en una nueva relación con otros dos sonetos de Mendoza:
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Los dos sonetos invitan, sin duda, a un replanteamiento del monopolio ingenioso que se atribuye a la poesía cervantina. Es evidente que una línea común recorre los sonetos 4-6. En todos ellos el contexto es rufianesco: Jorge y Antón son nombres que remiten al mundo del hampa, como comentaré después109. En los tres se produce un cambio vital de importantes consecuencias, y en todos el cambio es tratado de forma irónica y burlesca. La transformación tendrá por escenario tres diferentes lugares, en una creciente gradación de retiro: posada, venta, ermita. Los tres sonetos comparten la narración de una trayectoria vital, sin interrupciones en estilo directo, sin prolongaciones temáticas o métricas en ningún estrambote. En 4 y en 5 hay referencias geográficas (Vilches, Castilla, Sevilla, Indias). Y en los tres se utiliza un lenguaje ambiguo que enmascara juegos lingüísticos eróticos.
El soneto 5 plantea un previo problema de
interpretación. El «Jorge» inicial parece ser el nombre
propio del rufián que se está retirando del mundo y que, en
primera persona, expone una suerte de declaración de voluntad que va
encabezada por su nombre propio y sus culpas-méritos110, con un verbo en pasado que indicaría
el cambio, la muerte para la vida rufianesca. Pero muy pronto el aire de
renuncia se cubre de nubes irónicas: «en memoria del arte y
suficiencia»
(v. 2) es el encabezamiento del
recogimiento, reforzado por un simbólico colgar los hábitos de
ladrón en la puerta de la audiencia. Y, como ocurría en el soneto
1 (y 4, naturalmente) son los objetos los que confieren la identidad, el
hábito el que hace al monje: sus armas refianescas (el «dedal de
plomo» y la «navaja»). Pero, como también
sucedía en el soneto de Campuzano, es un retiro, más que un
arrepentimiento, motivado por razones cuando menos
—100→
irónicas: «teniendo tanta honra ya ganada, no hay para
qué hollar pisadas viejas»
(vv. 9-10). El lugar
del retiro es una posada, a donde llega habitualmente «tarde».
También este soneto guarda una sorpresa para el final: Jorge carece de
orejas, pero ha salvado la vida. Su cambio ha sido tardío, porque ya ha
quedado marcado para siempre, pero no ha dejado la vida en el empeño. En
cualquier caso, ¿hasta qué punto un ladrón desorejado
podía volver a practicar su oficio? El soneto posee una estructura que
se apoya en dos partes: en los cuartetos se recoge la vida pasada y en los
tercetos el cambio. Pero la división no es nítida, porque en los
vv. 2-4 se anuncia el retiro y en el v. 11 se recuerda, alusivamente, el
pasado. Todo el soneto queda envuelto en una cierta circularidad, pues el
nombre Jorge probablemente atraería el recuerdo de la frase «tirar
de la oreja a Jorge» ('jugar a las cartas'), que a su vez remite a la
necesidad de «guardar las orejas», tal y como se recoge al final
del soneto. El último verbo añade una sonora nota burlona que
esconde la verdadera razón del cambio.
El primer verso del soneto 6 presenta también algunos
problemas de puntuación: es probable que haya que leer
«piedra-puñal» en correlación con
«derrama-seso». Además, en la larga frase inicial hay
defectos sintácticos obvios. Aún así, como en los otros
dos sonetos de la serie, son los objetos los que ganan protagonismo, y los
primeros versos son una enumeración de ellos: piedra-puñal,
guante, casco, broquel, espada. El personaje protagonista es, sin duda un
rufián, que escapa de «la vida airada del burdel»
(v. 6). Como en los anteriores domina la idea de cambio de vida,
y, también de nuevo, los motivos no son tan generosos como se pretende
(vv. 5-7). El salto del v. 8 no es meramente real, del mismo modo que el
ambiguo cuerpo colgado parece ser un símbolo del rechazo de la vida
pasada y de la huida (sólo con el alma). El cuerpo, con sus heridas y
marcas del pasado, queda colgado, como las armas de Jorge, a la puerta (de un
burdel, ahora): así lo indica el final de soneto, con la mención
desnuda del alma que subraya la evidente oposición cuerpo / alma, y la
no menos evidente burdel / venta. Es, como en el soneto 5, un recogimiento (en
los dos casos lo indica el verso 12), pero en esta ocasión se trata de
una venta en Vilches (Jaén), ¿un lugar apartado, como una ermita?
También la estructura posee dos partes, pero no es tan nítida
como la del soneto de Campuzano: los diez primeros versos recogen la vieja vida
y los cuatro restantes la nueva, con un irónico análisis de los
motivos al negar una de las razones más verosímiles («no
por estar seguro y a solaz»
, v. 12) e introducir una
completamente nueva, de tinte religioso, que puede hacer
—101→
olvidar
al lector, momentáneamente, que el retiro es a una venta, donde el
protagonista será ventero («mas por servir a Dios tan por
entero / que reciba su alma en santa paz»
). Si se acepta que venta
puede ser sinónimo de prostíbulo (Alonso Hernández,
Léxico, s. v. «venta
común») el cambio, como en los dos sonetos anteriores,
quedaría tan matizado que realmente no habría cambio.
Además, el soneto remite al de Campuzano por el uso de
«rebanar» (v. 3), por las menciones corporales («brazos,
piernas, cabezas»
, v. 4111), y por la insistencia en los deícticos
iniciales, que recuerdan la misma insistencia en los posesivos y que puede
obedecer al mismo recuerdo de la iconografía, ahora en sentido
abiertamente burlesco. El ingenio es uno de los elementos esenciales en los
tres sonetos. Los tres guardan una sorpresa final que proporciona una nueva
interpretación de los versos precedentes. Pero en 5, como ya he
comentado, hay una estructura marco, apoyada en «Jorge», al
comienzo, y «oreja», al final, que inscribe al soneto en la
órbita del robo. Además, la insistencia en el castigo corporal
refuerza esa presencia del robo: «el castigo más aparente, a la
vista y como consecuencia, era el que consistía en cortar las orejas
sobre todo a los delincuentes de robos»
(Alonso
Hernández,
El lenguaje de los maleantes 277).
Pero el soneto invierte la idea de «guardar las orejas» por la
contraria, «dejar las orejas», convirtiéndola, burlescamente
en un mérito. En el soneto 6 los juegos antroponímicos con
«Antón Sabueso» contribuyen a entender mejor la
decisión del anónimo rufián: Sabueso es 'corchete' en
germanía, y Antón 'ladrón(?)' (Alonso Hernández,
Léxico). Quizá por ello
también haya que ver un juego en el verso 1 entre la virtud de la
«piedra-puñal» («derrama-seso») y el nombre de
su poseedor («de Ramaseso»)112. Es cierto, sin embargo,
que hay problemas textuales y posiblemente compositivos en ambos sonetos, pero
también aparece una voluntad estructurante en dos partes, un cambio
explicado claramente y burlescamente trascendido, una idea de retiro (a tres
lugares diferentes, incluyendo el soneto 4), y una obvia presencia del cuerpo.
En el soneto 6 estamos a un paso de la declaración burlona que cierra 4:
el soneto también se presenta como burlescamente ejemplar. Pero sin duda
4 es
—102→
técnicamente superior a los otros dos, aunque
está en su órbita organizativa y temática. El
anticlericalismo y posible erasmismo del soneto 1 ó 4 cede terreno ante
la insistencia en tres trayectorias semejantes de vida retirada motivadas por
percances rufianescos. Más que subrayar cualquier clase de
crítica, los poemas favorecen una visión gozosa, burlesca de
determinados tipos. Parece, además, que el soneto 1 ó 4 se
inserta en una serie narrativa donde son importantes las referencias corporales
y se percibe un
crescendo (5-6-4).
Conviene concluir insistiendo en la necesidad de la documentación a la hora de acercarse a los problemas de atribución. También habría que recordar que una atribución, generalmente bienintencionada, por estudiosos de prestigio puede poner en circulación como absolutamente cierta una mera conjetura o una hipótesis que, a posteriori, se justifica acudiendo de nuevo a argumentos de prestigio: es de Cervantes, luego es un poema ingenioso, ambiguo, bien construido, etc. Una simple ojeada a las dos entradas de Avalle-Arce sobre «Maestro era de esgrima Campuzano» y sobre «Un valentón de espátula y gregüesco» explica de dónde arrancan las atribuciones y cómo han sido aceptadas. Y sólo se trata de dos de los cincuenta poemas que Avalle-Arce recoge como de atribución dudosa. Es cierto que la atribución del soneto «Fue maestro de esgrima Campuzano» a Mendoza también arroja dudas, pero los otros dos sonetos con los que se relaciona son de Mendoza con seguridad. Además la atribución no descansa en ningún manuscrito «perdido». Son muy conocidos los problemas de fiabilidad que plantean las atribuciones de textos poéticos recogidos en los cartapacios de varios: un único testimonio no es garantía de veracidad (pero tampoco de falsedad). Por otro lado, las dos series de sonetos en las que se puede insertar el poema, la de Cervantes y la de Mendoza, ofrecen distintas garantías (es posible que el soneto 2 sea una imitación -¿de Cervantes o de otro poeta?- del soneto 3). Con todo, la brevedad del soneto rara vez autoriza a desentrañar la paternidad del mismo a partir únicamente de los rasgos de estilo o de la repetición de sintagmas o de la elección de un mismo tema. Además, la «genialidad» de una composición tan concentrada como el soneto no es, por sí misma, garantía de una autoría de prestigio.
Es imperiosa la necesidad de acudir a una variedad de criterios de cuyo concurso pueda deducirse la autoría. Pero si, con frecuencia, los testimonios manuscritos, por sí solos, no resuelven totalmente la adjudicación de paternidades, el uso de conceptos, tan imprecisos hoy, como Renacimiento y Barroco se convierte en un arma de justificación a posteriori de una decisión previamente tomada. La crítica, el desencanto —103→ y el humor son elementos de diversos paradigmas literarios, cuyas relaciones con los otros elementos del sistema son complejas, pero el hallazgo de uno de ellos en un poema difícilmente zanjará la cuestión no ya de la autoría sino ni siquiera de la datación del texto.
Resulta claro que hubo una relación Mendoza-Cervantes, más allá de la compartida atribución del soneto 1: en la editio princeps de la poesía de Mendoza aparece un soneto de Cervantes el los preliminares (Gaos 382; Hurtado de Mendoza, Poesía erótica 96); Cervantes retrató, supuestamente, a don Diego bajo el disfraz pastoril de Meliso en La Galatea; ambos realizaron un comentario similar sobre la traducción (Hurtado de Mendoza, Poesía erótica 67), etc. La atribución a Mendoza del soneto 1 (ó 4) es más evidente en la tradición textual conocida. Además, el poema parece insertarse con mayor cohesión en la serie de sonetos de don Diego, con un grado mayor de unidad temática y métrica, y con visos razonables de formar una gradación ascendente, con pruebas de que don Diego también usaba su ingenio al componer sonetos. Pero, pese a la evidente tentación que proporciona el análisis de los textos y el empleo de nueva información, creo que a la pregunta «¿de quién es el soneto?» sólo debe responder el discreto lector.
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(Ms. 3796 BNM, f. 346 v.) |
Fuentes manuscritas: (A) 3796 BNM, f. 346v., «De Don Diego de Mendoça el / exbaxador. Sonetos»; (B) 3913 BNM, f. 25r. «Otro» (sin autor); (C) 18405 BNM, f. 25r., «De Don Diego de Mendonça —104→ [sic] / Soneto»; (D) 531 BPM, ff. 29v-30r., «Otro soneto. Padilla» (sigo la versión de Labrador, 73.2; Askins indica que el nombre está tachado, 103).
Fuentes impresas: (E) García Arrieta, 381-382. Astrana Marín, 752 sigue a Arrieta salvo en la corrección del verso 6. (No anoto otras ediciones de Cervantes porque sólo estas dos son la base de la atribución y las demás reproducen alguna de las versiones). El texto del ms. perdido, editado por Arrieta, parece muy próximo a B (salvo en el v. 6 «riño», por «vino» -¿se trataría de una mala lectura?- y en la omisión de la conjunción del v. 8).
Variantes. He modernizado la grafía de la versión y de las variantes. El uso de mayúscula, acentos y puntuación responde a criterios actuales. 1 Maestro era BCDE. 2 daga BCE. 5 pasarse BE; pasar CD. 6 y riño con Montalvo el de BC (Astrana Marín); reñó con seis D; y vino con Montalvo el de E. (Foulché lee «riñó» donde el ms. dice «riñe»). 7 desta C. 8 falta primer hemistiquio D; om. y E. 9 vínose a recoger a BE; vino a recogerse en esta C; fuese corrido solo a una D. 10 su palo BE; su caña C; su rosario BCE; con su capa y espada y D. 11 su ballesta BCE. 12 y con su BCE. 13 om. y BCDE. 14 veis C; nacen BE.
—105→
Alatorre, Antonio. «Perduración del 'ovillejo cervantino'». Nueva Revista de Filología Hispánica XXXVIII / 2 (1990): 643-674.
Alcázar Ortega, Mercedes. «Funciones de la poesía en la narrativa de Cervantes, III. Las Novelas Ejemplares». En Actas del I Congreso Internacional de Cervantistas [Almagro, Ciudad Real, 24-29 de junio de 1991] (en prensa).
Alonso Hernández, José Luis. Léxico del Marginalismo del Siglo de Oro. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1976.
_____. El lenguaje de los maleantes españoles de los siglos XVI y XVII: La germanía (Introducción al léxico del marginalismo). Salamanca: Universidad de Salamanca, 1979.
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