En sesión de 13 de Junio de 1884, leí
á esta Real Academia un corto informe, dando cuenta de la existencia en
Túnez de manuscritos árabes que debían ser interesantes
á nuestra historia, dado lo que se sabía de los autores; pues los
tales manuscritos no habían sido examinados por los que de ellos dieron
noticia, ni por entonces era fácil hacerlo, dada la excitación
que en aquel país existía contra los europeos, y la circunstancia
de que los manuscritos pertenecían á la biblioteca de la mezquita
Azzeitunah; de modo que por entonces parecía inútil el pretender
llegar adonde nadie había llegado, por más que á nadie
interesa como á los españoles examinar aquellos libros: á
fines de 1886, adquiridas por mí nuevas noticias, en virtud de las
cuales parecía que calmada algún tanto la excitación
anti-europea, quizá fuera posible examinar dichos libros, y habida
noticia, aunque mal dada ó mal entendida, de la existencia de otros
libros no menos interesantes, nuestro celoso Director, de acuerdo con los
señores académicos D. Eduardo de Saavedra y D. Juan Facundo de
Riaño, creyó sería conveniente el que uno de los que nos
dedicamos á los estudios árabes pasase á la costa N. de
Africa, con objeto de visitar las ciudades de Argel y Túnez y las
demás que
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Dada por el Excmo. Sr. Ministro de Fomento la correspondiente comisión, y concedida después licencia para acompañarme al aspirante del Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos, D. Francisco Pons, emprendí el viaje, visitando primero la ciudad de Orán, para desde allí pasar á la capital de la Argelia, donde sabía que existían manuscritos, cuyo examen pudiera interesar á nuestra historia.
No habiendo en Orán biblioteca pública, y no dando los Guías del viajero noticias de bibliotecas particulares cuyo acceso pudiera intentarse, me detuve solamente cuatro días, estudiando el bien organizado Museo de Antigüedades, donde si se conservan muchos monumentos antiguos dignos de estudio, tanto de las épocas primitivas como de la romana, son pocos los de carácter árabe y por lo que pude comprender, ninguno hay de verdadero interés para España: no sucede lo mismo respecto á la época moderna, de la cual hay varios monumentos que recuerdan nuestro dominio en aquella ciudad, que hoy resulta más poblada por españoles que por franceses.
Trasladado á Argel, mi
primer cuidado, después de visitar á nuestro digno Cónsul
general, señor Marqués de González, fué dirigirme
á la Biblioteca pública, á la que me
acompañó el señor D. Joaquín González,
agregado diplomático del consulado, joven
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La Biblioteca departamental de Argel, en la parte árabe, consta de los manuscritos que se pudieron salvar á raiz de la conquista, y de los impresos que de un modo ó de otro se han adquirido de Europa, ó de los muy notables bajo el punto de vista didáctico que se han impreso en las tres capitales de los tres departamentos ó provincias, Orán, Argel y Constantina.
El número de manuscritos árabes catalogados en el Inventaire sommaire des manuscrits des bibliothèques de France par M. Ulysse Robert, asciende á 1.446, resultando que se acerca mucho al número de manuscritos que posee la Biblioteca del Escorial: dado el número considerable de manuscritos, no podía pretender examinarlos todos, sino que debía limitarme al examen de los que creyese más importantes por lo que se lee en el catálogo, bastante imperfecto por cierto, de cuya circunstancia había sido informado por nuestros ilustrados correspondientes MM. Hartwig Derenbourg y E. Fagnan.
Muchos fueron los libros que examiné, útiles y hasta de verdadero interés algunos, inútiles para mi objeto los más; pues aun siendo de autores españoles, los que tratan de asuntos religiosos, gramaticales, de derecho ó de ciencias naturales, es decir, los no históricos ó geográficos, hoy por hoy tíenen, ó mejor dicho, les concedemos poca importancia, por tenerla indudablemente mayor los puramente históricos ó geográficos, por ser estos los estudios de nuestro instituto, y á los cuales hubiera debido dedicar mi preferencia, aunque mis aficiones hubieran sido otras; pero conste que no solo no los desprecio, sino que por el contrario, creo que no podremos decir que sabemos nuestra historia árabe, mientras no se hayan estudiado y puesto al alcance de los no arabistas las ideas culminantes contenidas en los centenares de volúmenes de autores árabes españoles, que se guardan en las bibliotecas.
He de hacer constar que quizá me haya dejado
sin examinar libros muy importantes: varios ó casi todos los manuscritos
que
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No creo que en esta reseña general deba dar noticia de todos los manuscritos que he examinado en las bibliotecas de Argel, Túnez y Constantina, y me limitaré á dar aquí una ligera noticia de los dos más importantes que en la biblioteca de Argel contienen obras de verdadero interés histórico, á condición de dar de ellos más detalles en ocasión oportuna.
El conocimiento del primero, que lleva el número 26 del
catálogo, me había sido comunicado espontáneamente antes
de conocerme, por nuestro hoy estimado amigo y correspondiente de esta Real
Academia, M. E. Fagnan, distinguido profesor de la Escuela de Letras de Argel,
quien encargado de hacer un nuevo catálogo, al examinar este manuscrito
falto de principio y sin título, comprendió al momento que no era
lo que se decia en el catálogo: averiguar cuál fuera su
título y autor, era tarea más difícil, quizá
imposible; pero M. Fagnan tuvo la buena suerte de sospechar algo de lo que
podía ser, y puesto en la pista, pudo seguirla hasta el fin: como el
libro contiene biografías de musulmanes españoles, teniendo
á su disposición la
Crestomatía
arábigo-española de los Sres. P. Lerchundi y Simonet, donde
se contienen varias biografías con la indicación de los autores
de donde están tomadas, examinó si alguna de las contenidas en
esta obra se encontraban en el manuscrito en cuestión, y habiendo
encontrado dos que están en ambas obras, pero compendiadas en el
manuscrito, sospechó que éste era un compendio de la
Tecmilah de
Aben-Alabbar, y
sabiendo que yo me ocupaba en la publicación de esta obra, me
comunicó la noticia, por si podía interesarme: como era natural,
le contesté inmediatamente, dándole las gracias y
remitiéndole el primer tomo que acababa de publicar, para que pudiera
cotejarlo con el manuscrito, lo que hizo inmediatamente, habiendo tenido la
amabilidad de remitirme á los muy pocos días una nota muy
detallada de las biografías extractadas en el manuscrito, ya que no se
extractan todas las del códice del Escorial, ni son las solas
extractadas; pues parece que Aben-Alabbar debió hacer una segunda
edición de su
Tecmilah; al menos en el manuscrito de
Argel se incluyen algunas biografías que no habíamos visto, y
como la inmensa mayoría se ve que están tomadas de Aben-Alabbar,
puede suponerse que lo mismo acontece con las restantes.
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Con el número 1.143 consta en el catálogo de los manuscritos de Argel un volumen de letra no muy antigua, que contiene dos obras históricas: la primera no parece tener interés para nosotros; la segunda, que comienza al folio 62 ó 72, teniendo solo 20 ó 30 hojas, no tiene nombre de autor ni quizá título, y decimos quizá porque como portada leemos:
(Este es) un libro en el que se menciona la causa del recuerdo de la conquista de Alandalus y de sus emires.
Después, en la introducción, y de modo que puedan las palabras suponerse del autor, dice:
En cuanto á lo demás, este es un libro en compendio, se recuerda en él la causa de la conquista de Alandalus.
Aunque de pocas
páginas, este libro nos pareció de importancia, pues es un
compendio de la historia de los musulmanes en Alandalus desde los primeros
tiempos hasta los Almoravides, según resulta de la indicación del
autor después de las palabras copiadas poco há, y del contenido
del libro, que llega efectivamente
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Estudiado este libro, hicimos extractos de la última parte, que comprende el período de los reyes de taifa, del cual, por más conocido para nosotros, podíamos tener casi seguridad de conocer qué datos eran nuevos: hecho esto, cuando nos disponíamos á estudiar y comparar lo referente al primer período, por indicación nuestra se resolvió á publicar esta obrita con la traducción correspondiente nuestro buen amigo D. Joaquín González, que proyectaba ocupar las horas que le dejaban libres sus obligaciones con la traducción de otra obra, que me pareció menos importante: con este motivo, desistimos de hacer más extractos de la obra y de mandarla copiar para la Academia, esperando que pronto vea la luz pública; pues nuestro querido amigo tiene ya hecha la traducción.
Examinados los manuscritos de la biblioteca de Argel, que me parecieron podían tener interés, salimos para Túnez, punto principal de nuestro viaje, deteniéndonos en Constantina durante día y medio para descansar de la jornada de diez y ocho horas de ferrocarril, y ver algo de sus muchas antigüedades romanas.
Examinado á la ligera el Museo arqueológico, y sacada impronta de alguna moneda árabe española, salimos para Guelma, la antigua Kalama, donde es preciso hacer noche después de una corta jornada de ferrocarril: de buena gana nos hubiéramos detenido para ver un teatro romano en regular conservación; pero ansioso de llegar á Túnez, no creí debiera detenerme un día por ver una antigüedad más, ajena á mis estudios.
De Guelma á Túnez hay una distancia de 333 kilómetros, que se atraviesan en un día, saliendo de Guelma á las cinco de la mañana y llegando á Túnez á las ocho de la noche.
Llegados á
Túnez, nuestro primer cuidado fué visitar á los
señores Cónsul y Vicecónsul de España, y de acuerdo
con los mismos, al día siguiente, acompañado del Sr. D. Enrique
de Vedia,
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Este primer manuscrito, que me fué dado estudiar, es un tomo que comprende la obra Historia de los sabios de Alandalus por Aben Alfaradhí, ejemplar precioso de la obra maestra del príncipe de nuestros biógrafos árabes, obra desconocida por completo en Europa, á no ser por la referencia de los muchos autores que la citan.
Estudiada y extractada por mí esta obra en once
días, pues me urgía devolverla para estudiar otra, volví
á visitar á M. Machuel, quien á mi instancia tuvo la
amabilidad de acceder á mandar sacar una copia de dicha obra con destino
á la biblioteca de la
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Al devolver este libro á M. Machuel para que pudiera prestarme otro, supe que había salido de Túnez por bastantes días, de modo que resultó inútil la precipitación con que había yo procedido en el estudio de este manuscrito, y como mi amigo estuvo fuera de Túnez más de quince días, mi estancia se hizo molesta por el poco fruto que yo creía recoger, aunque en estos días me dediqué principalmente á otros trabajos, de que hablaré después.
Vuelto á Túnez M. Machuel, me facilitó el otro manuscrito, que ya tenía en su casa, y que comprende la primera parte de la obra , Assilah de Aben Pascual, que yo he publicado: me hubiera sido muy grato cotejar todo el manuscrito con el texto impreso, que me había llevado con este objeto; pero como para que M. Machuel pidiera nuevos libros de la mezquita era preciso devolver los del primer pedido, no creyendo que por hacer este cotejo, que casi solo tenía interés personal mío, pudiese invertir quince días, me limité á estudiar el manuscrito con objeto de apreciar su valor como copia, para que en su día, si hay que hacer una nueva edición de esta obra, se pueda tener en cuenta este manuscrito; así pues, examinado y tomada nota bibliográfica en dos días, lo devolví para poder pedir otros; y volvieron las dilaciones consiguientes, hasta que por fin pude ver otros dos libros por este procedimiento, no habiendo pedido más, porque no siendo de gran interés el estudio de los otros y palpadas las grandes dificultades, estaba dispuesto á salir de Túnez de un día á otro, por más que, por causas que diré después, tardé bastante en verificarlo.
Tenía, sin embargo, algún
interés por ver dos ó tres obras, y por iniciativa de una de las
personas que se interesaba más por
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Quise repetir este procedimiento pocos días después para examinar aún algunos libros más; pero no fué posible, porque se había hecho demasiado público, y el bibliotecario no se prestó á la farsa.
Aunque al llegar
á Túnez no pensaba que en las librerías ó en poder
de los particulares pudiera encontrar libros interesantes para nuestra
historia, y por tanto no intentaba penetrar en ellas, pues aun de las
librerías me habían dicho que no me sería fácil
adquirir los libros corrientes, pronto cambié de modo de pensar:
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A este fin, hecha una nota de los libros en cuestión, que yo
creía y creo existentes en Túnez, acompañado del Dr.
Prats, médico español al servicio de Su Alteza el Bey, pues el
Intérprete del consulado estaba aún fuera, me fuí á
ver á varios libreros, encareciéndoles la adquisición de
tales libros, por cada uno de los cuales se les daría una cantidad de 50
francos, además de lo que costase el libro, si podía adquirirse:
no sé si los libreros se deslumbraron con esta promesa, ó efecto
de su idiosincracia creyeron muy fácil encontrar tales libros: me
encargaron les copiase la nota de los mismos, la cual no llevé al
día siguiente por ser viernes y estar cerradas las tiendas de los moros;
pero lo hice el sábado, quedando ellos al parecer muy dispuestos
á registrar todos los rincones; volví á los pocos
días, y me pareció que solo el uno de ellos se había
ocupado en mi encargo; pues me preguntó si era verdad que había
encontrado la
Crónica pequeña de Aben
Pascual,
y contestando que no, añadí por escrito (pues solo así me
entendía con ellos), que si la encontraba, daría por ella aunque
fuera 1.000 francos; palabras de las
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En los días inmediatos me dió la buena noticia, si hubiera sido verdad, de que había encontrado otros dos de los libros de mi nota; pero nunca llegó el caso de poderlos ver, y solo de uno me expliqué de un modo algo satisfactorio cómo decía que lo había encontrado; pues el encuentro se redujo, según creo, á que alguno le dijo que en años anteriores, al venderse en subasta los libros de una testamentaría, un fulano había comprado en 80 piastras la obra Crónica de Córdoba por AzZahrawy; para el librero esta indicación era lo mismo que haberlo encontrado, y contando sin duda con que para el moro el libro no tenía gran importancia, daba por hecho que lo vendería: después de mucha conversación, resultó que el moro dijo que lo había vendido á otro moro, que estaba en Tozeur; le escribió el librero, y cansado yo de esperar la contestación, pues por aquellos días había llegado á la conclusión de no creer nada de lo que me decían, puso el librero un telegrama al moro, con la contestación pagada, telegrama que llevé yo mismo, y á los dos días contestó que no había visto nunca semejante libro; ¿quién mentía? No lo sé. ¿Ha existido allí tal libro? Lo ignoro después de tanto andar tras él. ¿Mentían á sabiendas para engañarme? No lo comprendo; pues á todo esto yo no soltaba una piastra, y es más, ni aun la quisieron para gastos de gestiones.
Estimulado por estas y
otras promesas ó aseveraciones de hallazgos, mientras les dí
algún crédito, puse una larga nota de libros históricos de
Alandalus, nota que se repartió
á varios agentes, dando todos el mismo resultado de promesas de libros
muy interesantes, pues me decían: «te he encontrado este libro
y el otro, y te lo traeré;» pero yo no los he visto.
¿Es que algún musulmán, después de haber
enseñado á los agentes algunos de los libros, no querían
dejarlos ver, á pesar del interés del agente, y que éste
tenía que acudir á mil mentiras para salir del paso? No
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Después de haber visto sin dificultad la biblioteca de un particular, á quien me presentaron los Sres D. Enrique de Vedia y D. Manuel Saavedra, por más que en ella no encontrase nada de interés para nosotros, comencé á gestionar, encargando averiguasen quienes tenían libros, y medio de presentarnos: después de muchas gestiones he llegado á ver en los últimos días de mi estancia en Túnez, hasta seis bibliotecas particulares muy numerosas, y si nada he encontrado de lo que más especialmente buscaba, he podido convencerme de que en poder de particulares hay muchos libros antiguos, de los cuales algunos de los vistos proceden de España: por haber visto un poco estas bibliotecas no puedo decir que las he estudiado, porque para esto hubiera necesitado mucho tiempo, pues en alguna de ellas creo había más de 500 volúmenes, la mayor parte manuscritos: hay que notar como cosa digna de especial mención, que de dos de las bibliotecas tenían catálogo por materias, y que si llega uno á entrar en relación con ellos, parece que no tienen gran repugnancia en dejar ver sus libros; pero como en general son poco ó nada entendidos en bibliografía, es inútil ó poco menos pedirles que enseñen á uno los libros de historia de España: hay que preguntarles por tal ó cual libro, ó sería preciso verlos todos, á no ser en el caso de que tengan catálogos; pues entonces ya es fácil prescindir de examinar muchos que resueltamente no nos interesan, y preguntar ó procurar ver aquellos que por sus títulos parezcan interesantes ó se sospeche que lo son por el título ó por el nombre del autor.
Hacía días que me habían hablado con la
exactitud de siempre de una de las obras de
Aben Çaid como existente en una
biblioteca de La Marsa: cuando el librero se convenció de que no
podía proporcionármela, se prestó á decirnos
quién la tenía, y resultó que se decía estar en una
de las llamadas bibliotecas de Su Alteza el Bey: nos sorprendió la
noticia de que existiesen tales bibliotecas; pues había hecho preguntar
expresamente si alguno de los individuos de la familia del Bey tenía
libros, y nos habían asegurado que no: procuré, sin embargo,
enterarme
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La gran dificultad para estas investigaciones estriba en averiguar quiénes tienen libros; pues creo que una vez averiguado, aunque es difícil encontrar quien haga la presentación, si para esto se quiere acuerdo previo, creo que en último término se debe intentar el entrar sin tal acuerdo ó preparación; al menos así lo hicimos en los dos últimos días, por supuesto acompañados de un indígena, y la estratagema surtió efecto.
Por lo que había leído y oído, creía
que era inútil intentar ver los libros particulares, en el supuesto de
que tenían muy poco; hoy estoy convencido de lo contrario, y creo haber
visto lo que en Túnez no ha visto ningún europeo; y no es que
pretenda pasar plaza de diplomático, sino que quizá los
musulmanes oponen
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En los últimos días de mi estancia en Túnez entablé relaciones para ver libros interesantes y que existen en puntos bien distantes entre sí dentro de Argelia, Tlemecen y Constantina.
En Argel, mi amigo M. E. Fagnan, en los pocos ratos que pude gozar de su compañía, me había dado noticia de varios libros de historia de España existentes en Tlemecen, en poder del táleb Sidi El-Harchandi: son los tales libros un tomo de historia por Aben Hazam, la Ihathah de Aben Aljathib y el estas dos últimas son obras conocidas ya, pero conocíamos un solo ejemplar, no muy bueno; la primera es desconocida: desde Túnez me decidí á escribir á nuestro Cónsul en Orán, Sr. D. Ernesto Merlé, encareciéndole la importancia que podría tener para nosotros el adquirir, ó al menos estudiar tales obras, y le encargaba pusiera en juego sus relaciones para ver si podía adquirir tales libros, ó que el táleb se prestase á dejármelos ver, en cuyo caso, al volverme á España, le decía, me volvería por Orán con objeto de llegarme á Tlemecen: el Sr. Merlé me escribía á los pocos días dándome cuenta de sus gestiones, de las cuales resultaba que había esperanza de vencer la resistencia del moro, al menos así lo creía la persona que en Tlemecen gestionaba en este sentido, á quien no se había negado rotundamente, si bien antes de comprometerse, para ganar tiempo, exigió que dijese de un modo concreto qué libros deseaba yo ver, pues decía que tenía muchos;-para ven ir á parar, cuando ya no podía hacer perder más tiempo, en negarse, diciendo «ne pas laisser toucher ses livres par un roumi.»
Más afortunados
fuímos con los libros existentes en Constantina. M. Fagnan me
había hablado de la biblioteca de los herederos de Sidi Hamoudah, de
cuyos libros ninguno tenía para nosotros singular interés: y como
al pasar por Constantina nos hablaron en el supuesto de ser por entonces
imposible el ver la tal biblioteca, no hicimos hincapié en ello; pero
estando en Túnez,
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En cuanto recibí la carta de mi amigo, escribí á nuestro Vicecónsul en Constantina. Sr. D. José Perals, encareciéndole la importancia que para nosotros podría tener la adquisición de tal manuscrito, encargándole que pusiera en juego todas sus relaciones para ver si se podía adquirir, ó al menos hacerlo copiar á cualquier precio; pues con esto serviría á la Academia y al Gobierno, que me había enviado en comisión para estudiar libros de esta clase. Nuestro celoso Vicecónsul se dió tal maña en sus gestiones, que á los pocos días me telegrafiaba diciendo tenía en su poder el manuscrito por quince días, diciéndome después por carta que no lo querían vender á ningún precio, y que, no encontrando quien se encargase de copiarlo, era preciso que yo regresase por Constantina, y que si iba allí, Sidi Hamoudah había prometido dejarme estudiar la biblioteca y aun cederme algún libro de su biblioteca particular, si me interesaba mucho.
Al recibir la noticia, no
podía yo buenamente salir de Túnez, donde tenía pendientes
gestiones para averiguar el paradero de un libro importante, de la
Dzajirah de Aben Bassam, de la cual
había sabido de un modo indirecto que había en Túnez el
ejemplar, del que en el año anterior se había sacado una copia,
que se había enviado á París, y la cual cabalmente
teníamos en trato: desembarazado de estas gestiones, que al fin hube de
encargar al Sr. D. Manuel Saavedra, Intérprete del consulado,
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Hojeados algunos libros de la
biblioteca familiar, y tomadas ligeras notas, entramos otro día en la
biblioteca particular de Sidi Hamoudah, en la cual sólo examinamos un
libro que sea digno de mención, aunque nos sacaron bastantes, creyendo
que trataban de historia de España: la obra á que nos referimos
consta
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Podrá parecer extraño que puesto en condiciones de poder estudiar una biblioteca importante, indique que examiné solamente alguno que otro códice, tomando algunas notas, cuando habrá quien crea que debí examinarlos todos, y tomar abundantes notas: téngase en cuenta que la biblioteca es muy numerosa y antes lo era mucho más: que era conocida en Europa, habiéndola visto M. le Baron de Slane en tiempo en que constaba de cuatro á cinco mil manuscritos, según nos dijo M. Fagnan, y para nosotros era lo más especial el que la había visto poco tiempo antes nuestro amigo, el cual solo señalaba á nuestra atención como importantes los dos manuscritos citados, si bien en carta que no recibimos á tiempo oportuno, contestando á la que le escribimos al salir para Constantina, nos indicaba otras obras que podrían tener algún interés para nosotros.
Las
condiciones en las que de ordinario se hace el estudio de tales bibliotecas son
poco á propósito para sacar de ellas el fruto que fuera de
desear, y que quizá se saque algún día: figúrese el
lector que le introducen en una sala de escasa luz, con buena estantería
de cristales, en la que hay colocados 500 ó 600 volúmenes; que el
europeo mira los libros al través de los cristales y distingue con
dificultad los títulos, si los han puesto en los cantos ó lomos
del libro: si alguno le choca por el título ó por el aspecto,
pide que se lo saquen, ó abriendo el estante, lo toma y pretende
examinarlo de pié y observado de cerca por tres ó cuatro
personas; pues al menos se encuentra rodeado del europeo que le
acompaña, del que ha proporcionado la relación y del dueño
de la biblioteca, quienes como no tienen en qué fijarse, le miran
á uno, no apartando de él los ojos: en la biblioteca hay á
lo sumo una silla donde sentarse, si uno se atreve á ello estando de
pié los
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Para dar una idea de la poca espontaneidad de los moros y de lo difícil que es averiguar dónde hay libros, diré lo que pasó á mi amigo M. Fagnan en la biblioteca de Sidi Hamoudah, cuya familia ha sido una de las que más se ha prestado á que los europeos examinasen su rica biblioteca: pues bien, M. Fagnan estuvo varios días tomando notas, y en realidad haciendo para la familia el Catálogo de la biblioteca familiar, y sin embargo, nada le dijeron de la biblioteca quizá no menos numerosa que hay en la habitación contigua, biblioteca que probablemente tampoco conocía ninguno de los franceses profesores de la Escuela de Constantina, pues es de suponer hubieran hablado de ello con M. Fagnan: si yo tuve noticia de esta biblioteca y pude examinar algo de ella, no es mérito mío, sino buena suerte de que hablaran con alguna más expansión con nuestro Vicecónsul, que se presentó en la casa con su hermano político M. Manin, conocido desde la infancia de Sidi Hamoudah: la circunstancia de haber visto estos libros fué ocasión de que por unos momentos no nos entendiésemos con M. Fagnan, quien habiendo examinado, aunque á la ligera, todos los libros de la que él creía biblioteca única de Sidi Hamoudah, no podía comprender que nosotros hubiéramos visto una obra de seis volúmenes en folio, y de gran interés para sus estudios, en la cual no se hubiera fijado; resultando al fin que nosotros hablábamos de libros que M. Fagnan no había podido ver, por no tener noticia de ellos.
Terminadas mis investigaciones
en Constantina, y puesto de acuerdo con M. Bourgeois, intérprete
francés, á quien iba recomendado, para que hiciera copiar los dos
manuscritos mencionados, el de Aben Hayyan y el de Abu Almotharrif ben Hamirah,
podía dar por terminada mi comisión, si no recibía
noticias favorables de Orán respecto á los libros existentes en
Tlemecen, como
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Por estas últimas indicaciones se comprenderá que uno de mis principales cuidados ha sido crear relaciones permanentes con europeos é indígenas, que puedan ayudarnos en lo sucesivo, y que estas relaciones no sean personales, sino para la Academia; de modo que cualquiera que en lo sucesivo pueda ir á esos puntos con idénticos ó parecidos propósitos, encuentre el terreno preparado, y tenga desde el primer día las relaciones que yo he tenido al fin de mi viaje: después de mi regreso, he tenido varias noticias, y sé que se ocupan en buscar los libros que nos interesan, y que alguno ha escrito á sus amigos del Cairo encargando busquen ó vean si se sabe algo de tales libros.
La misión que me fué confiada era superior á mis fuerzas para desempeñarla cumplidamente: entre otras cosas, se necesitaba poder hablar el árabe con los indígenas de Argel y Túnez; pues hay que tener en cuenta que para inspirar confianza á gentes más que un poco suspicaces y reservadas, solo puede conseguirse hablando su lengua: el hablar por medio de intérprete inspira poca confianza, y yo he de confesar que si me podía entender con los moros por escrito, aunque con dificultad, no podía entenderlos de viva voz: aunque hubiera querido, me hubiera sido imposible prepararme para esto, pues solo se aprende á hablar una lengua, hablándola con los naturales durante algún tiempo, y esto no me era posible: otra de las dificultades era el tener pocos conocimientos del país, pues aunque quise prepararme adquiriendo Guías del viajero de los países que iba á visitar, no las encontré en Madrid, ni supieron encontrarme fuera, más que alguna muy general; además, muchas de las cosas que hubiera convenido conocer, creo que nadie las sabía, como he tenido ocasión de manifestar respecto á la existencia de bibliotecas particulares.
Mi viaje no habrá sido
para el estudio de nuestra historia árabe todo lo útil que
quizá pudiera esperarse; pero puedo asegurar á la Academia que he
puesto de mi parte cuanto he podido: en los días en que he tenido
á mi disposición libros árabes importantes, me he dedicado
por completo á su estudio: la mayor parte del
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Madrid 14 de Marzo de 1888.
Francisco Codera.