Lima, 23 de
noviembre de 1901.
Sr. D. Benito
Pérez Galdós.
Madrid.
Mi ilustre compañero y bondadoso amigo:
Media docena de antiguos camaradas,
literatos y periodistas, viene todas las tardes a darme un par de
horas de solaz en el saloncito de la Dirección
bibliotecaria. Allí, como supondrá usted, se charla
menudo y largo sobre literatura, sobre política, que
dejaríamos de traer en las venas glóbulos de sangre
española si renunciáramos al último
manjar.
Casi tengo
compromiso contraído de darles lectura de mi correspondencia
literaria con varios de los escritores españoles y
americanos que me honran cambiando ideas conmigo y cuyas cartas son
fecundísimo tema para mis amigos. Esto es decir a usted, que
recibida su amabilísima carta —160→
del 12 de octubre, se leyó con viva
satisfacción en plena tertulia, y que uno de los más
entusiastas de usted y de sus obras, periodista por
añadidura, se encalabrinó en que había de
permitirle sacar copia para publicarla en su diario, ganando
así para con sus lectores las albricias en la nueva de que
usted traía entre los puntos de su gallarda pluma un drama
con argumento peruano. Harto me resistí a complacerlo,
alegando razones de discreción que todos refutaron. Tuve que
ceder, confiando en la benevolencia de usted. En fin, a lo hecho,
pecho, y pelillos a la mar. Acuérdeme usted
absolución plenaria por mi venial pecadillo.
Le acompaño
recorte de periódico, asegurándole que su carta ha
deleitado a mis paisanos y acrecido los quilates del afecto que, en
el Perú, se tiene ya de antiguo por el autor egregio de
Trafalgar, Gerona, Marianela, Doña Perfecta, Gloria, La
de Bringas y tanto y tanto magistral libro con que ha sabido
enriquecer las letras castellanas.
Ahora entro en el
meollo de su carta, empezando por agradecerle los
honoríficos conceptos con que enaltece usted a este zurcidor
de consejas tradicionales, a quien honra infinito al proponerse
encontrar en sus libros argumento para un drama que, hijo de la
pluma de usted, no puede sino ser acojido con universal
aplauso.
No tiene usted, mi
señor don Benito por qué arredrarse. Yo he vivido en
Madrid muy poco más de seis meses, y aseguro a usted que me
parecía estar en Lima. Esa Puerta del Sol con sus ociosos
galanteadores, sus petardistas de oficio, sus cesantes y
politiqueros y hasta su mundo de mendigos la conocía, no
fué para mí cosa nueva. Esa calle de Alcalá es
el jirón de la Unión en mi tierra, de cinco a seis de
la tarde. Ese populacho, con el alma devota hasta el fanatismo y
ahita de supersticiones, pero con la blasfemia en la boca, es el
populacho de mi Lima.
Los salones de la
buena sociedad en Madrid, como en Lima, tienen el cachet de
París. Ya no se ve en ellos los antiguos y valiosos muebles
enconchados. La manera de ser, las formas sociales, la
galantería, son idénticas en ambas ciudades. Casi
podría afirmar a usted que Lima y Madrid se parecen como dos
gotas de agua. Y esto es muy natural; porque Lima, durante la
Colonia, fué una pequeña corte con todos los
refinamientos de la madrileña, con un cardumen de condes y
de marqueses, imitadores serviles de los que allá pululaban.
No discrepamos hoy ni en las modificaciones sociales que el imperio
de las modas francesas ha generalizado. Así la dama
limeña que usted pinte en su drama quizá no discrepe
de la madrileña, si bien la andaluza es completa
limeña, hasta en el rostro. Muy para entre los dos,
diré a usted que, en Madrid, no abundan las bellezas como en
Andalucía. En Huelva, en Sevilla, en Cádiz, en
Granada, en Málaga no se ven más que caras
limeñas.
Los primeros
pobladores de Lima fueron, en su mayoría, castellanos y
andaluces, así como las primeras damas y plebeyos que de la
Península vinieron. Quizá a esto, y a la naturaleza
de territorio y clima, se debe el que las limeñas y
limeños tengamos mucho de Andalucía. Nuestros
edificios eran, hasta hace cuarenta años, copia de los que,
después, he visto en Sevilla. Las dos Catedrales eran
gemelas, si bien la de Lima menor en dimensiones. El edificio en
que yo habito, la Biblioteca, es otra copia de la Casa de
Contratación, hoy Archivo de Indias. Desgraciadamente, ya
nos quedan poquísimas casas con paredes de azulejos que
revisten de originalidad a Sevilla y otras ciudades de la morisca
Andalucía. La piqueta demoledora del siglo XVIII nos ha
traído las construcciones modernas, que han hecho perder a
Lima su antigua y poética fisonomía, que, a Dios
gracias alcancé yo a contemplar en mis mocedades.
Talento
concedió a usted Dios para compenetrarse, a poco que lea
libros sobre mi tierra, de lo que fue el mundo limeño en la
época de los virreyes. Estoy seguro de que sin mucha fatiga
se asimilará usted tipos y costumbres. Tengo fe en que
saldrá usted airoso en la labor literaria que se ha impuesto
el deber de realizar.
Parece que la
Guerrero y Mendoza han desistido de su viaje al Perú y a
Chile. Lo siento; pues habría tenido gusto en comunicarles
el encargo que para ellos me hace usted.
Tal vez
sólo le son conocidos mis cuatro tomos de
Tradiciones que, en edición profusamente ilustrada,
publicó la Casa Montaner y Simón de Barcelona. Por el
vapor de hoy remito a usted un volumen de cachivaches en el que
hallará más de veinte tradiciones escritas
posteriormente, y artículos cuya lectura acaso le sea
útil para su propósito.
Debe usted tener
por sabido, que me será gratísimo proporcionarle
cualquier dato histórico o social que necesite.
Escríbame con entera llaneza.
No valía la
pena de despertar su curiosidad el articulejo que publiqué
sobre Electra. Pero usted lo quiere y se lo envío
en recorte. Afortunadamente mi hija Angélica (gran
partidaria de usted desde que asistió el 93 al estreno de
uno de sus dramas en Madrid) suele pegar en un libro de recortes
los artículos que muy de tarde en tarde, doy a la prensa. He
emborronado papel —161→
durante más de medio siglo, y ya siento fatigado mi
cerebro, amén de que la salud anda achacosa en viejo que
peina las canas inherentes a sesenta y ocho febreros. No ensalzo a
usted en Electra, pero tampoco le agravio ni me aparto de
la cortesía con que un hombre de los merecimientos de usted
debe ser tratado.
Le incluyo una
tradicioncita que publiqué ha pocos días.
Después de leerla, hágame el favor de entregarla a la
redacción de Gente Vieja, que es el círculo de amigos
que traté en Madrid. Tal vez quisieran reproducirla,
suprimiendo las líneas de dedicatoria, que son de
significación personal únicamente.
Capítulo de
otra cosa, señor académico. Yo padezco de una
chifladura, que se aumentó con mi concurrencia a las juntas
de la Academia. En mi librito Recuerdos de España,
del que también le mando hoy ejemplar, verá usted en
resumen, las peloteras que tuve con nuestros compañeros
encaprichados en rechazar vocablos (y verbos, principalmente) de
que los americanos no podemos prescindir, ni debemos ni queremos.
La tiranía académica, como toda tiranía,
subleva el espíritu más humilde y sufrido. Ni el
Padre Santo de Roma me convence de que, presuponer es presupuestar
ni de que sea correcto decir la suma presupuesta y no la suma
presupuestada o fijada.
Cuando en 1892 mi
Gobierno me honró confiándome la
representación del Perú en los Congresos del
Centenario de Colón, acepté sólo halagado con
la idea de que no me sería difícil unificar a
españoles y peruanos en cuestión de lenguaje.
¡Valiente chasco me llevé! No oculto a usted que
regresé muy descontento de una corporación tan
intransigente y tan aferrada al pasado.
La mayoría
de los españoles padece de otra chifladura, que casi tiene
carácter de chifladura nacional: -la de vivir mirando
siempre para atrás, y nunca para adelante. Por vivir
engolosinados con las heroicidades y las glorias que alcanzaron en
los siglos que fueron, descuidaron prepararse, o proveer, los
contrastes que han sufrido en recientes días.
Hoy las
repúblicas americanas están unidas a España
por el lazo del idioma únicamente, lazos que con sus
intransigencias la Academia debilita de día en día.
Así se explicará usted el por qué la juventud
de muchas repúblicas no lee libros españoles, sino
franceses, alemanes o ingleses, y el por qué la sintaxis
castellana, que es el alma de la lengua, anda por los suelos. No es
el vocabulario el idioma. Mientras más abundante sea
más se asimilarán los 18 millones de españoles
a los 50 de americanos.
Usted, como
Cortázar, y mi queridísimo Eduardo Benot, es de los
pocos académicos que cuando le hace falta una palabra la
crean sin pedir permiso al Diccionario y a la
corporación. Es usted el llamado a enarbolar en la Academia
el pabellón liberalísimo de amplitud en el
léxico, a fin de que el castellano alcance a enriquecerse en
armonía con el espíritu de la época. Ya es
tiempo de que los académicos miren para adelante, y que
dejen dormir en paz al siglo de oro de las letras castellanas.
No tendría
cuando dar reposo a la pluma si siguiera discurriendo sobre este
tema. No quiero abusar de la paciencia de usted, que harta
habrá consumido para llegar hasta el fin de mi
epístola.
Créame muy
suyo admirador y amigo afectísimo q.l.b.l.m.
Ricardo Palma
|